jueves, 24 de marzo de 2022

Como una canción sin fin...


My life flows on in endless song;

                Mi vida fluye como una canción sin fin.

Above earth's lamentation,

                Por sobre las lamentaciones de la tierra,

I hear the sweetdagger, tho' far-off hymn

                escucho el eco de un himno lejano

That hails a new creation;

                que saluda a la nueva creación.

 

Thro' all the tumult and the strife

                A través de todo el tumulto y la guerra

I hear the music ringing;

                escucho el son de la música.

It finds an echo in my soul—

                que halla un eco en mi alma:

How can I keep from singing?

                ¿Cómo puedo dejar de cantar?

 

What tho' my joys and comforts die?

                Aunque muera mi paz y mi alegría

The Lord my Saviour liveth;

                vive el Señor mi Salvador.

What tho' the darkness gather round?

                Aunque me rodee la oscuridad

Songs in the night he giveth.

                Él me da canciones en la noche.

               

No storm can shake my inmost calm

Ninguna tormenta puede sacudir mi calma

While to that refuge clinging.

mientras a este refugio se aferra.

Since Christ is Lord of heaven and earth,

Puesto que Cristo es Señor de cielo y tierra,

How can I keep from singing?

¿Cómo puedo dejar de cantar?

 

I lift my eyes; the cloud grows thin;

Levanto mis ojos, las nubes crecen delgadas,

I see the blue above it;

veo el azul por encima,

And day by day this pathway smooths,

y día a día el sendero se desvanece,

Since first I learned to love it,

Desde que aprendí a amarlo

The peace of Christ makes fresh my heart,

la paz de Cristo refresca mi corazón

A fountain ever springing;

como fuente siempre viva.

All things are mine since I am his—

Todas las cosas son mías desde que soy suyo

How can I keep from singing?

¿Cómo puedo dejar de cantar?

 

Este himno fue compuesto en 1869 por el pastor bautista Robert Lowry.

En 1950 Doris Plenn añadió las siguientes estrofas:

 

When tyrants tremble, sick with fear,

Cuando los tiranos tiemblan, enfermos de miedo,

And hear their death-knell ringing,

y escuchar su toque de difuntos,

When friends rejoice both far and near,

cuando los amigos se regocijan tanto lejos como cerca,

How can I keep from singing?

¿Cómo puedo dejar de cantar?

 

In prison cell and dungeon vile,

En celda de prisión y mazmorra vil,

Our thoughts to them go winging;

nuestros pensamientos hacia ellos van volando;

When friends by shame are undefiled,

cuando los amigos por la humillación son purificados,

How can I keep from singing?

¿Cómo puedo dejar de cantar?

jueves, 3 de marzo de 2022

Tu Marcellus eris (Eneida VI, 883)

 

Virgilio leía sus propios versos encendido de un fuego que combatía en su rostro y en su corazón contra la vergüenza natural y el sentimiento de humildad que lo embargaba cada vez que estaba en presencia del emperador. Augusto quería que le recitase lo que iba componiendo. Los borradores de aquella obra que duraría más que los mármoles y los bronces. La Eneida. Virgilio trabajaba en ella con un esfuerzo que lo iba agotando. La altura que pretendía escalar le parecía cada vez más abrupta y, quizás, imposible. Sin embargo, los que lo escuchaban, afirmaban que aquellos versos no eran humanos, que un dios hablaba desde el corazón del poeta. Aquellos versos estaban llenos de valentía y de brillo, de oscuridad y de pena, de amor y de esperanzas. El que escuchaba esos versos descubría, quizás por primera vez en la vida, lo que era ser un romano. Lo que era tener un alma latina. Lo hacía sentirse a uno orgulloso y comprometido con la obra que el destino había dispuesto: restaurar la edad de oro, alcanzar una paz duradera.

 

Esa noche acompañaban al emperador su hermana Octavia y su esposa Livia. Octavia había sacrificado mucho en su vida por la paz de Roma. Pero su mayor pérdida era la de su hijo Marcelo, que a los diecinueve años había partido hacia los Campos Elíseos, con las almas de sus antepasados. Algunos historiadores insinuarán después que fue Livia quien se encargó de envenenarlo para promover a su hijo Tiberio como favorito del emperador. Porque Marcelo había ido creciendo como una promesa que llenaba de ilusiones a todos. Nobles y plebeyos. Hasta que llegó la muerte. Y se cortó el hilo de las parcas.

 

Virgilio había elaborado un raro tapiz de sílabas, metros y cadencias. Como en un espejo profético su poema significaba muchas cosas y ninguna más que él mismo. Hablaba del pasado de Roma, pero allí mismo estaba hablando de su futuro. De los deseos de Augusto, pero también del campesino romano, y del legionario. Eneas, el piadoso protagonista de la obra, desciende a la morada de los muertos y escucha de su propio padre la profecía del futuro de su raza y de su pueblo. Puede ver las almas que están esperando nacer. Y hay allí un espíritu joven, lleno de virtudes, del que se dice que encarnará gloriosas promesas para Roma y el mundo. Se habla de él con esperanza, y con una nota de tristeza. Virgilio lee sus propios versos como si no los hubiese escrito él, sino una de las antiguas sibilas. Todos están pendientes de la cadencia armoniosa y brillante de su voz. Como si fuese una orquesta entera y no un hombrecito flaco armado sólo de un pergamino y palabras.

 

Entonces ocurrió: el poeta pronunció el nombre de aquella alma que concitaba tantas ilusiones: “Heu, miserande puer! Si que fata aspera rumpas, / tu Marcellus eris” (¡Ay, triste niño! Si rompes el cerco de los negros hados / tú serás Marcelo). Y Octavia, la madre, sintió que perdía la vida. Se le cortó el aliento y por unos segundos se le paralizó el corazón. El emperador detuvo la lectura. Virgilio por un momento no comprendió lo que pasaba. La mirada de Livia era inexpresiva, pero quizás estuviese un poco asustada. Por un instante la poesía había hecho su magia. Había resucitado al muchacho tan amado y temido. Había hablado de él no en tiempo pasado, sino en tiempo futuro. Lo había colocado de nuevo en la región de la esperanza.

 

Eso es lo que hará siempre grande la poesía de Virgilio. Hace nacer las esperanzas allí donde todo parece muerto. Y hace de derrotados fugitivos, como Eneas y sus compañeros, constructores de nuevas ciudades. Ya no somos romanos, pero una voz sigue hablándonos en esos versos. Haciendo su milagro. Aquella noche el poeta regresó silencioso a su casa, caminando lentamente bajo el rocío. Estaba en paz. Seguiría poniéndose nervioso delante de Augusto, pero estaba en paz. Había comprendido que, aún con todo el esfuerzo invertido, era simplemente un escriba de Otro.

 

A.L.