lunes, 1 de junio de 2015

Carta a Dante Alighieri - de Roberto Benigni



Querido Dante:

Ante todo espero que estés bien, que la piedra no te pese demasiado y deseo que oigas el Gloria in excelsis Deo tan pronto como sea posible. Y también quiero agradecerte porque con tu Divina Comedia me has enamorado de la poesía, que es la cosa más bella del mundo. Me hiciste sentir el bien y el mal, me hiciste ir a la cama aterrorizado, me hiciste llorar, me llevaste por todos lados, sobre el Océano Atlántico, a Lunigiana, a Jerusalén, a Monterrigioni. Me hiciste morir de la risa, aunque has escrito en una lengua dificilísima, misteriosa e incomprensible, que para entenderla me la debí hacer explicar por mis abuelos analfabetos.

Entraste en mi vida como una tromba, Dante, con una alegría y una potencia estrepitosas, como cuando conocí los damascos. Por eso para mí, Dante, tú eres parte de la naturaleza, como los damascos, el sol y la hierba. Y cuando me preguntan si eres moderno, es como si me preguntaran si es moderna la hierba. Apenas empecé a leerte me hiciste saltar de la silla:  me di cuenta que no era yo el que te leía a ti, eras tú quien me leías a mí como ningún otro jamás me había leído, con palabras antiguas y conmovedoras que han atravesado los siglos para posarse sobre nuestros labios.

Me hiciste probar esa sensación tremenda de que como yo en el mundo no hay otro, pero que soy igual a ti. Y que tú y yo somos iguales a todos. Cada cosa que siempre había sentido desde que nací, tú le has dado una forma memorable. ¡Cuánto te he querido, Dante! Entraba en tu libro como se entra en una farmacia: leía dos o tres tercetos en voz alta y mataba todos los virus. Salía de tu libro con todas las herramientas nuevas dispuesto a partir contigo hacia el más hermoso viaje que jamás se haya hecho: a la búsqueda de una mirada. Esa mirada que sólo las mujeres poseen, y que me habría de arrojar al punto más secreto del mundo.

(…)

Dicen que la Divina Comedia es la obra más audaz del ingenio humano, que su enseñanza es tan profunda que sólo puede haber descendido al pensamiento humano por revelación, y que por primera vez, en la historia del mundo, nos has hecho explorar la remota región de lo Eterno, “físicamente, corporalmente”. Que nos hiciste entender:

que Dios tiene necesidad de los hombres;
que cada vez que el hombre obra mal, Dios contiene el aliento;
que no hay mal que no pueda consolarse;
que cada uno de nosotros está aquí para completar y complicar el fresco;
que la poesía es canto y cuento;
que las mujeres son el ápice de la creación, el alivio del abismo;
que te has ocupado de este extraño regalo que nos ha tocado en suerte: la vida;
que, luego de haberte leído, no se miran más las personas distraídamente sino como a cofres de un misterio, depositarias de un destino inmenso;
que el arte debe interesarse por la vida;
que la vida es mucho más que cuanto podamos entender, y por esto resiste;
que nadie es tan extraño que no pueda ser comprendido;
que cada uno de nosotros es único, y hace la diferencia;
que se puede hablar de los otros cuando hablamos de nosotros;
qué cosa nos hace felices;
qué cosa amamos y odiamos en serio;
que todos nosotros estamos aquí por el Sí de una Mujer;
que el arte de mantener la cabeza mientras se pierde el corazón es propio sólo de Dios;
que Dios ha perdido la cabeza y el corazón por una Mujer;
que lo que verdaderamente amamos no se nos quitará jamás;
que en arte la libertad no existe;
que la más grande libertad nace del más grande rigor;
que tu terceto más irrelevante vale la obra de miles de poetas;
que para hacer poesía una sola cosa es necesaria: todo;
que las cosas más profundas se dicen con simplicidad;
que la belleza se vuelve verdad, porque Dios voluntariamente se inspira en aquellos que ha inspirado;
que todo es digno de ser salvado;
que hasta el caos tiene su calendario y la nada su propia historia;
que hasta la rivalidad es un don, un diálogo de generosidad;
que nos hace recibir del viento una tradición viva;
que la poesía es dicción, ficción y ritmo;
que los grandes autores viven un eterno presente;
que ningún pintor ha inventado jamás un nuevo color;
que la música es un silencio interrumpido que no se parece a nada;
que la poesía se parece a la música;
que la teología es la poesía de Dios;
que el primer Arquero no falla jamás el blanco;
que debemos acordarnos de vivir;
que estamos en crisis por el fuerte deseo de durar;
que nos hiciste posible vivir en un mundo más grande;
que nos has vuelto el mundo menos extraño y enemigo;
que cada persona es el héroe de la propia historia, aunque sus días y sus noches no parezcan excepcionales a ninguno;
que los hechos del mundo no son el fin de la cuestión;
que en poesía se usa el mismo número de palabras para describir los órdenes angelicales y el gesto de un sastre que con poca luz introduce el hilo por el ojo de una aguja;
que no se puede hablar de tú a lo desconocido;
que el Paraíso está colmado de la deslumbrante belleza del verbo ser;
que la vida es destino y viaje, conocimiento y amor;
que Alguien no quita jamás la vista de nosotros, porque nos ama;
que la belleza nace terriblemente;
que el arte es un don...”

Roberto Benigni


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