viernes, 30 de octubre de 2015

Chesterton, "Mumford and Sons" y San Francisco de Asís



Cuando los músicos leen a los poetas hacen buenas canciones. Pongamos por ejemplo la siguiente estrofa de la canción “The Cave” de Mumford and Sons 

Sal, pues, fuera de tu caverna caminando sobre tus manos
y mira el mundo colgando hacia abajo
tu puedes entender la dependencia
cuando conoces la mano del Hacedor.

So come out of your cave walking on your hands
And see the world hanging upside down
You can understand dependence
When you know the Maker's hand.

Casi como un acto reflejo e irreflexivo cada vez que se menciona la palabra “caverna” en un poema alguien la asocia a la “caverna de Platón” y su teoría de las ideas. De más está decir que no necesariamente hay que estar hablando siempre de la misma caverna y que la imagen no siempre tiene que representar lo mismo. Nada más lejos, por ejemplo, de la caverna cristiana (seno del que Cristo nacerá dos veces, una a la vida natural y otra a la Resurrección) desde la que se sale no a un mundo ideal sino a este mundo material y esplendente para experimentar no los arquetipos sino las cosas mismas: compartir la experiencia humana. Éste es uno de esos casos. En realidad -y el mismo Marcus Mumford, su compositor, lo reconoce- la imagen está extraída de la obra de G.K. Chesterton “San Francisco de Asís”. Aquí un pasaje de la misma: 

«Francisco, por el tiempo en que desapareció en la prisión u oscura caverna, o poco más o menos por aquel entonces, experimentó una transformación de cierta naturaleza psicológica... El hombre que entró en la caverna no fue el que salió de ella... Miraba al mundo de manera tan distinta de los demás hombres como si hubiese salido de aquel antro oscuro andando con las manos... Este hecho sólo puede representarse mediante un símbolo; pero el símbolo de la inversión resulta exacto en otro sentido. Si un hombre viese el mundo al revés, con todos los árboles y las torres colgando invertidos como en un estanque, el efecto obtenido acentuaría la idea de dependencia. Y en ello hay una relación latina y literal; porque la palabra depender no significa sino colgar. Sería imagen viva del texto de la Escritura en el que se dice que Dios suspendió el mundo en la nada

Francis, at the time or somewhere about the time when he disappeared into the prison or the dark cavern, underwent a reversal of a certain psychological kind...The man who went into the cave was not the man who came out again...He looked at the world as differently from other men as if he had come out of that dark hole walking on his hands...This state can only be represented in symbol; but the symbol of inversion is true in another way. If a man saw the world upside down, with all the trees and towers hanging head downwards as in a pool, one effect would be to emphasise the idea of dependence. There is a Latin and literal connection; for the very word dependence only means hanging. It would make vivid the Scriptural text which says that God has hung the world upon nothing.

Se entiende entonces perfectamente que la expresión “dependencia” refiere al concepto clásico de “contingencia” según el cual nuestra existencia (la de todas las cosas) nos es dada, no proviene de nosotros mismos, y esta constatación nos lleva a preguntarnos por el sentido de este don, por el sentido del cosmos y de la existencia. Santo Tomás de Aquino elaboró filosóficamente esta cuestión en sus célebres cinco vías hacia la existencia de Dios.

En el campo literario, el mismo Chesterton y luego J.R.R. Tolkien sondearán la idea de “renovación” de la mirada (una de las funciones de la literatura que llamamos usualmente “fantástica”), como camino que nos saque de este desencantado mundo enrejado por la lógica cientificista o utilitarista y nos devuelva al prístino mundo donde nada es obvio y todo es fuente de asombro y alegría.


Nota 1: En algunas versiones cambian la expresión "Maker's hand" por "Maker's land". En el enlace abajo se puede escuchar la primera versión.

Nota 2: Como manda el discurso políticamente correcto los integrandes de Mumford and Sons reniegan de cualquier asociación de su música con la “religión” aunque admiten estar abiertos a una mirada “espiritual” y aún de “fe” –signifique eso lo que signifique para ellos-. Sin embargo hay que agradecer que alguna vez los músicos lean a los buenos poetas y, quizá sin ser concientes del todo, nos transmitan algo del splendor veritatis].


Girando en torno a Dios


Giro en torno a Dios, su arcaica torre rodeo,
largos milenios llevo en este rotar;
y aún no lo sé: si soy águila o tormenta
o grandiosa canción.

Ich kreise um Gott, um den uralten Turm,
und ich kreise jahratausendelang;
un ich weiss noch nicht: bin ich ein Falke, ein Sturm
oder ein grosser Gesang.

Fragmento de los "Sonetos a Orfeo" de Rainer Maria Rilke

domingo, 4 de octubre de 2015

Sexualidad, Matrimonio y Gracia en un mundo caído según Tolkien


Tolkien y Edith

Fragmento de una carta que JRR Tolkien (de 49 años) escribió a su hijo Michael (de 21) en marzo de 1941.


«El trato de un hombre con las mujeres puede ser puramente físico -en realidad, ello no es posible, por supuesto: pero quiero decir que puede negarse a tener otras cosas en cuenta, con gran daño para su alma (y su cuerpo) y también para los de ellas-; o «amistoso»; o puede ser un «amante» (comprometiendo y mezclando todos sus afectos y potencias de mente y cuerpo en una compleja emoción poderosamente coloreada y animada por el «sexo»). Ésta es una palabra desvalorizada. La confusión del instinto sexual es uno de los principales síntomas de la Caída.


La palabra ha ido «yendo a peor» a lo largo de las edades. Las variadas formas sociales se mudan, y cada nuevo modelo tiene sus peligros especiales; pero el «duro espíritu de la concupiscencia» ha recorrido todas las calles y ha estado agazapado socarrón en cada casa desde la caída de Adán. Dejaremos a un lado los resultados «inmorales». No tienes deseos de ser arrastrado a ellos. No tienes vocación por la renunciación. ¿La «amistad» entonces? En este mundo caído la «amistad» que tendría que ser posible entre todos los seres humanos es virtualmente imposible entre hombre y mujer. El diablo es infinitamente engañoso, y el sexo es su tema favorito. Es tan hábil para atraparte mediante motivaciones generosas, románticas o tiernas como mediante otras de naturaleza más baja y animal. Esta «amistad» ha sido intentada con frecuencia: una parte o la otra casi siempre fracasa. Más tarde en la vida, cuando el sexo se enfría, puede ser posible. Puede ocurrir entre santos. Entre la gente ordinaria rara vez se produce: dos mentes que tienen realmente una afinidad primordialmente mental y espiritual pueden residir por accidente en un cuerpo masculino y en un cuerpo femenino, y sin embargo desear y lograr una «amistad» del todo independiente del sexo. Pero nadie puede contar con ello. Una parte o la otra casi con toda seguridad traicionará «enamorándose». Pero un hombre joven (por lo general) no necesitará en realidad «amistad» con una mujer, aun cuando así lo diga. Hay muchos hombres jóvenes (por lo general). Cada uno de ellos necesita el amor, inocente y sin embargo quizás irresponsable. ¡Ay! ¡Ay! ¡Que el amor es siempre pecado!, como lo dijo Chaucer. Además, si es cristiano y es consciente de que el pecado existe, querrá saber qué puede hacer al respecto.

En nuestra cultura occidental la tradición caballeresca romántica es todavía fuerte, aunque, como producto del cristianismo (de ningún modo lo mismo que la ética cristiana), los tiempos le son enemigos. Idealiza el «amor» y, por tanto, puede ser muy buena, pues tiene en cuenta mucho más que el placer físico, y abraza, si no la pureza, al menos la fidelidad y, por consiguiente, la autonegación, el «servicio», la cortesía, el honor y la valentía. Su debilidad es, por supuesto, que empezó como un juego cortesano artificial, una manera de gozar del amor por sí mismo sin referencia (y en verdad opuesto) al matrimonio. Su centro no era Dios, sino unas Deidades imaginarias: el Amor y la Señora. Tiende todavía a hacer de la Señora una especie de estrella conductora o divinidad; la divinidad es equivalente a la mujer amada, el objeto o la razón de la conducta noble. Esto es, por supuesto, fácil y, en el mejor de los casos, un artificio. La mujer es otro ser humano caído con el alma en peligro. Pero combinado y armonizado con la religión (como lo fue hace mucho, dando lugar a esa bella devoción a Nuestra Señora, modo en que Dios refinó en gran parte la grosería de nuestra naturaleza masculina y también dio calor y colorido a nuestra tosca y amarga religión) puede ser muy noble. Por tanto, produce todavía en los que retienen algún vestigio de cristianismo lo que se considera el más alto ideal de amor entre el hombre y la mujer. Sin embargo, aun así considero que tiene sus riesgos. No es del todo verdadero y tampoco es del todo «teo-céntrico». Evita, o cuando menos en el pasado ha evitado, que el hombre joven vea a las mujeres tal como son: como compañeras de naufragio, no como estrellas conductoras. (Uno de los resultados es que el nombre joven se vuelve cínico con la observación de la realidad.) Olvida los deseos, las necesidades y las tentaciones que ellas tienen. Inculca una exagerada noción del «verdadero amor», como fuego venido desde fuera, una exaltación permanente, sin relación con la edad, la parición de hijos y la vida cotidiana, y sin relación tampoco con la voluntad y los objetivos. (Una de las consecuencias de esto es que los jóvenes busquen un «amor» que los mantenga siempre abrigados y confortables en un mundo frío, sin esfuerzo alguno de su parte; y el romántico empedernido se empeña en seguir buscando aun en la lobreguez del tribunal de pleitos matrimoniales.)

Las mujeres, a decir verdad, no tienen mucha parte en esto, aunque; suelen utilizar el lenguaje del amor romántico, pues está muy entrelazado con todos nuestros usos idiomáticos. El impulso sexual vuelve a las mujeres (naturalmente, cuanto menos corrompidas, más generosas) comprensivas o deseosas de serlo (o aparentarlo), y dispuestas a participar en la medida de lo posible de todos los intereses del hombre joven por el que se sienten atraídas, desde todos los vínculos hasta la religión. No hay necesariamente intento de engaño: sólo se trata de mero instinto, el oficioso instinto de la compañera, generosamente estimulado por el deseo y la sangre joven. Llevadas de este impulso, de hecho a menuda pueden llegar a obtener una notable penetración, aun de cosas que por lo demás les son ajenas: pues es don que les pertenece ser receptivas, estimuladas, fertilizadas (no sólo en el sentido físico) por el hombre. Todos los maestros lo saben. Qué rápido puede aprender una mujer inteligente, captar sus ideas, ver su punto de vista... y cómo (con raras excepciones) no pueden ir más allá cuando son dejadas de su mano o no tienen ya interés personal en él. Pero éste es su camino natural al amor. La mujer joven, antes de saber dónde se encuentra (y mientras el romántico hombre joven, cuando existe, todavía suspira), puede de hecho «enamorarse». Lo que para ella, una mujer joven natural, significa que: quiere ser la madre de los hijos del hombre joven, aunque ese deseo de ningún modo le resulta claro o explícito. Y entonces muchas cosas ocurren; y pueden ser muy dolorosas y dañinas, si no van bien. En particular si el hombre joven sólo quería una estrella conductora y una divinidad temporarias (hasta que unce su carro a otra más brillante) y estaba meramente disfrutando del halago de la simpatía sazonada con el estremecimiento del sexo: todo muy inocente, por supuesto, y a mundos de distancia de la «seducción».

Es posible encontrar en la vida (como en la literatura)[1] mujeres que son ligeras o aun sencillamente veleidosas; no me refiero al coqueteo, el ensayo del verdadero combate, sino a las mujeres que son demasiado tontas como para tomarse en serio el amor o que son tan depravadas como para disfrutar las «conquistas» o incluso hacer daño; pero éstas son anomalías, incluso cuando las falsas enseñanzas, la mala crianza y la corrupción de las costumbres puedan alentarlas. Aunque las condiciones modernas han alterado mucho las circunstancias femeninas y el detalle de lo que se considera correcto, no han alterado el instinto natural. El hombre tiene su vida de trabajo, una carrera (y amigos de sexo masculino), todo lo cual podría (y puede, si tiene alguna agalla) sobrevivir al naufragio del «amor». Una mujer joven, aun «económicamente independiente» como dicen ahora (lo cual realmente significa subordinación económica a un empleador masculino en lugar de subordinación a un padre o a una familia), empieza a pensar en el ajuar y a soñar con el hogar casi inmediatamente. Si se enamora realmente, el naufragio puede significar irse en verdad a pique. De cualquier modo, las mujeres son en general mucho menos románticas y más prácticas. No te engañes por el hecho de que sean verbalmente más «sentimentales», más predispuestas a prodigar «queridos», y todo eso. No necesitan una estrella conductora. Suelen idealizar a un joven corriente convirtiéndolo en héroe; pero no les hace falta en verdad semejante hechizo para enamorarse o seguir enamoradas. Si tienen alguna ilusión es que pueden «reformar» a los hombres. Pueden ir al encuentro de un canalla con los ojos abiertos, y aun cuando la ilusión de reformarlo fracasa, lo siguen amando. Son, por supuesto, mucho más realistas sobre la relación sexual. A no ser que estén pervertidas por las malas costumbres contemporáneas, por lo general no dicen «obscenidades»; no porque sean más puras que los hombres (no lo son), sino porque no les parece gracioso. He conocido algunas que pretenden hacerlo, pero sólo se trata de una pretensión. Quizá les parezca intrigante, interesante, absorbente (aún demasiado absorbente); pero resulta del todo natural, un serio interés evidente de por sí. ¿En qué consiste la broma?

Tienen que ser, por supuesto, aún más cuidadosas con las relaciones sexuales, a pesar de todos los anticonceptivos. Los errores son peligrosos física y socialmente (y maritalmente). Pero cuando no están corrompidas son por instinto monógamas. Los hombres no lo son... Es en vano fingirlo. Sencillamente no lo son según su naturaleza animal. La monogamia (aunque desde hace ya mucho es fundamental en relación con nuestras ideas heredadas) es para nosotros los hombres una cuestión de ética «revelada» de acuerdo con la fe, no con la carne. Cada uno de nosotros podría, en los 30 años aproximadamente que disponemos de plena virilidad, engendrar saludablemente algunos centenares de hijos sin dejar de gozar el proceso. Brigham Young (creo) era un hombre sano y feliz. Éste es un mundo caído, y no hay consonancia entre nuestros cuerpos, nuestras mentes y nuestras almas.

Sin embargo, la esencia de un mundo caído consiste en que lo mejor no puede obtenerse mediante el libre gozo o mediante lo que se llama «autorrealización» (por lo general, un bonito nombre con que se designa la autocomplacencia, por completo enemiga de la realización de otros «autos»), sino mediante la negación y el sufrimiento. La fidelidad en el matrimonio cristiano implica una gran mortificación. Para el hombre cristiano no hay escape. El matrimonio puede contribuir a santificar y dirigir los deseos sexuales a su objetivo adecuado; su gracia puede ayudarlo en la lucha; pero la lucha persiste. No lo satisfará, del mismo modo que el hambre puede mantenerse alejada mediante comidas regulares. Ofrecerá tantas dificultades para la pureza propia de ese estado, como procura alivios. No hay hombre, por fielmente que haya amado a su prometida y novia cuando joven, que le haya sido fiel ya convertida en su esposa en cuerpo y alma sin un ejercicio deliberadamente consciente de la voluntad, sin auto-negación. A muy pocos se les advierte eso, aun a los que han sido criados «en la Iglesia». Los que están fuera de ella rara vez parecen haberlo escuchado. Cuando el hechizo desaparece o sólo se vuelve algo ligero, piensan que han cometido un error y que no han encontrado todavía la verdadera compañera del alma. Con demasiada frecuencia la verdadera compañera del alma es la primera mujer sexualmente atractiva que se presenta. Alguien con quien podrían casarse muy provechosamente con que sólo... De ahí el divorcio, que procura ese «con que sólo». Y por supuesto, por lo general tienen razón: han cometido un error. ¡Sólo un hombre muy sabio al final de su vida podría decidir atinadamente con quién podría haberse casado con más provecho entre el total de oportunidades posibles! Casi todos los matrimonios, aun los felices, son errores: en el sentido de que casi con toda certeza (en un mundo más perfecto, o incluso, con un poco más de cuidado, en este tan imperfecto) ambos cónyuges podrían haber encontrado compañeros más adecuados. Pero el «verdadero compañero del alma» es aquel con el que se está casado de hecho. Es muy poco lo que escoge uno mismo: la vida y las circunstancias lo hacen casi todo (aunque si hay un Dios, éstas deben de ser Sus instrumentos o Sus apariciones). Es evidente que, de hecho, los matrimonios felices son más corrientes cuando la «elección» de los jóvenes está aún más limitada por la autoridad parental o familiar, con tal de que exista una ética social que determine la responsabilidad y la fidelidad conyugales. Pero aun en los países donde la tradición romántica ha afectado las disposiciones sociales al punto que la gente cree que la elección de un compañero es exclusiva incumbencia de los jóvenes, sólo la más feliz de las suertes reúne al hombre y la mujer que están, por decirlo así, mutuamente «destinados», y son capaces de un amor grande y profundo. La idea todavía nos deslumbra, nos coge por el cuello: se han escrito sobre el tema una multitud de poemas e historias, más, probablemente, que el total de tales amores en la vida real (sin embargo, los más grandes de esos cuentos no nos hablan del feliz matrimonio de esos grandes enamorados, sino de su trágica separación; como si aun en esta esfera lo en verdad grande y profundo en este mundo caído sólo se lograra por el «fracaso» y el sufrimiento). En este gran amor inevitable, a menudo amor a primera vista, tenemos un atisbo, supongo, del matrimonio tal como habría sido en un mundo que no hubiera caído. En éste tenemos como únicas guías la prudencia, la sabiduría (rara en la juventud, demasiado tardía en la vejez), la limpieza de corazón y la fidelidad de voluntad...

Mi propia historia es tan excepcional, tan errónea e imprudente en casi cada uno de sus puntos, que dificulta el consejo de la prudencia. No obstante, los casos difíciles no fundamentan una buena legislación; y los excepcionales no son siempre buenas guías para los demás. Por lo que pueda valer, he aquí algo de mi autobiografía, en esta ocasión sobre todo concentrada en los puntos de la edad y las finanzas.

Me enamoré de tu madre aproximadamente a los 18 años. De manera del todo genuina, como ha quedado demostrado, aunque, por supuesto, defectos de carácter y temperamento han sido causa de que a menudo cayera por debajo del ideal con que había empezado. Tu madre era mayor que yo, y no era católica. Hecho del todo desafortunado, según opinión de un tutor.[2] Y fue, en cierto sentido, muy desafortunado; y, en cierto modo, malo para mí. Estas cosas son absorbentes y agotadoras. Yo era un muchacho listo que se estaba esforzando por obtener una (muy necesitada) beca para Oxford. Las tensiones sumadas estuvieron a punto de producirme un peligroso quebrantamiento. Obtuve un resultado mediocre en los exámenes y aunque (como me lo dijo después mi rector) debería haber conseguido una buena beca, sólo logré por un pelo una muy pobre en Exeter, de £60; justo lo suficiente, junto con otra beca del mismo monto que conseguí al abandonar la escuela, como para ingresar en la universidad (ayudado por mi antiguo querido tutor). Por supuesto, había un aspecto positivo, que el tutor no pudo percibir con igual facilidad. Yo era inteligente, pero no industrioso ni me concentraba con exclusión de todo otro propósito; gran parte de mi fracaso fue consecuencia sencillamente de falta de trabajo (al menos en lo que a los clásicos respecta), no de que estuviera enamorado; además, estaba estudiando otra cosa: el gótico y qué sé yo qué más.[3] Como tenía una formación romántica, hice de las relaciones entre un muchacho y una joven un asunto serio y lo convertí en fuente de esfuerzo. Por naturaleza más bien cobarde físicamente, pasé de ser un conejo despreciado de un equipo de segunda categoría de la facultad, a defender las insignias de la escuela en dos temporadas. Todo ese tipo de cosas. Sin embargo, se planteó el problema: tenía que elegir entre desobedecer y hacer sufrir (o engañar) a un tutor que había sido un padre para mí, más que la mayoría de los verdaderos padres, pero sin obligación alguna, o abandonar el asunto amoroso hasta que tuviera 21 años. No lamento mi decisión, aunque fue muy duro para mi enamorada. Pero ello no fue por culpa mía. Era perfectamente libre y ningún voto la unía a mí, y no me habría quejado (salvo de acuerdo con el código romántico irreal) si se hubiera casado con otro. Durante casi tres años no vi ni escribí a mi amada. Fue extraordinariamente difícil, doloroso y amargo, sobre todo al principio. Los efectos no fueron del todo buenos: recaí en la locura y el ocio y desperdicié gran parte del primer año pasado en la universidad. Pero creo que nada habría justificado el matrimonio sobre la base de un amor juvenil; y probablemente ninguna otra cosa habría fortalecido la voluntad lo bastante como para dar permanencia a un amor semejante (por genuino que fuera este amor verdadero). La noche de mi vigésimo primer cumpleaños le escribí otra vez a tu madre: el 3 de enero de 1913. El 8 de enero volví a ella, nos comprometimos y di noticia de ello a una asombrada familia. Recogí mis calcetines y trabajé un poquillo (demasiado tarde para salvar del desastre las Hon. Meds.[4]); luego, al año siguiente, estalló la guerra, mientras tenía todavía por delante un año en la universidad. En aquellos días los muchachos se ofrecían como voluntarios, de lo contrario se los despreciaba públicamente. Era ésa una posición desagradable, especialmente para un joven de mucha imaginación y escaso coraje físico. No había obtenido grado alguno; no tenía dinero; estaba prometido. Soporté el vilipendio y, al volverse explícitas las sugerencias de mis parientes, velé y obtuve Honores de Primera Clase en los exámenes finales de 1915. En julio de ese mismo año fui empujado al ejército. La situación me resultó intolerable y me casé el 22 de marzo de 1916. Mayo me sorprendió cruzando el Canal (todavía guardo los versos que escribí en esa ocasión)[5] a tiempo para la carnicería del Somme.

¡Piensa en tu madre! Sin embargo, no creo ahora ni por un momento que estuviera haciendo más de lo que se le habría podido pedir; tampoco que ello le reste mérito. Yo era un hombre joven con un grado universitario medio, capaz de escribir en verso, propietario de unas pocas libras menguantes p.a. (£ 20-40),[6] y sin perspectivas, un subteniente de infantería a 7/6 por día, donde las oportunidades de sobrevivir eran muy escasas (como subalterno). Se casó conmigo en 1916 y John nació en 1917 (concebido y cargado durante el año de hambruna de 1917 y la gran campaña de submarinos alemanes), cuando la batalla de Cambrai, tiempo en el que el fin de la guerra parecía tan remoto como lo parece ahora. Vendí mis últimas acciones sudafricanas, «mi patrimonio», para cubrir los gastos de la maternidad.

Desde la oscuridad de mi vida, tan frustrada, pongo delante de ti lo que hay en la tierra digno de ser amado: el Bendito Sacramento... En él hallarás el romance, la gloria, el honor, la fidelidad y el verdadero camino a todo lo que ames en la tierra, y más todavía: la Muerte; mediante la divina paradoja, esa que pone fin a la vida y exige el abandono de todo y, sin embargo, mediante el gusto (o el pregusto) de aquello por lo que sólo puede mantenerse lo que se busca en las relaciones terrenas (amor, fidelidad, alegría) o captar la naturaleza de la realidad, de la eterna resistencia que desea el corazón de todos los hombres.»


[1] La literatura ha sido (hasta la novela moderna) un asunto en general masculino, y en ella se trata abundantemente de la «bella y falsa». Esto es, en conjunto, una calumnia. Las mujeres son seres humanos y, como tales, capaces de perfidia. Pero dentro de la familia humana, en comparación con los hombres, no son en general, ni por naturaleza, más perversas. Más bien al contrario. Salvo sólo las mujeres que se quebrantan cuando se les pide que «esperen» a un hombre demasiado tiempo y mientras la juventud (tan preciosa y necesaria para una posible madre) pasa de prisa. De hecho, no habría que pedirles esperar.
[2] El tutor de Tolkien, el padre Francis Morgan, desaprobaba su amor clandestino con Edith Bratt.
[3] Tolkien se entusiasmó durante sus días escolares al descubrir la existencia de la lengua gótica; véase N° 272.
[4] Classical Honour Moderations, en las que Tolkien obtuvo una calificación de Segunda Clase.
[5] La fecha exacta en la que Tolkien cruzó el Canal con su batallón fue el 6 de junio de 1916. El poema a que se refiere, fechado «Étaples, Pas de Calais, junio de 1916», se titulaba «The Lonely Isle» y se subtitulaba «For England», aunque también se relaciona con la mitología de El Silmarillion. El poema se publicó en Leeds University Verse 1914-1924 (Leeds, en la Swan Press, 1924), pág. 57.
[6] Tolkien heredó una pequeña renta de sus padres, obtenida de una participación de las minas de Sudáfrica.


Fuente: Biblioteca Tolkien, "Cartas de JRR Tolkien", Seleccion de Humphrey Carpenter con la colaboracion, de Christopher Tolkien, Ed. Planeta DeAgostini - Minotauro, Buenos Aires, 2007.

martes, 15 de septiembre de 2015

Mitopoeia (Mythopoeia) de J.R.R. Tolkien

Un poema sobre el arte sub-creador, sobre el sentido de la "obsesión" humana por crear mitos. Una defensa de la fantasía poética contra la visión materialista y nihilista del mundo. De carácter poético-filosófico-teológico, puede considerarse una unidad con el ensayo del mismo autor "Sobre los cuentos de hadas" (cuya lectura recomiendo encarecidamente).

Aquí dejo la versión al castellano hecha por Alexis Lovet con la colaboración de Matías Vecino, teniendo como base las versiones de Julio César Santoyo y José M. Santamaría así como la de Rubi Brandigamo en: http://www.anarda.net/tolkien/mitopoeia.html

MITOPOEIA

A aquel que dice que los mitos son mentiras, y por tanto sin valor, aunque sean “soplados en trompetas de plata”.

Filomito a Misomito

Miras los árboles y así los denominas,
(los árboles son “árboles” y creciendo es “crecer”);
caminas por la tierra y hollas con paso solemne
uno de los muchos orbes menores del Espacio:
una estrella es una estrella, una esfera de materia
obligada a seguir matemáticas sendas
entre lo reglamentado, frío, vacío,
donde a cada instante átomos predestinados declinan.

Por mandato de una Voluntad que reverenciamos
(como debemos), pero que apenas comprendemos,
grandes procesos ocurren, el Tiempo se desenvuelve
desde oscuros principios hasta metas inciertas;
y como en un palimpsesto sin clave
con letras y pinturas de variados matices,
innumerable multitud de formas aparece
ora torvas, ora delicadas, unas bellas, otras raras,
extrañas entre sí, pero descendientes de un
remoto Origo, mosquito, hombre, piedra y sol.

Dios hizo las pétreas piedras, los arbóreos árboles,
la telúrica tierra, las estelares estrellas, y esos
homúnculos hombres que caminan por el suelo
con nervios que estremece el contacto de la luz y el sonido. 
Los movimientos del mar, el viento en las ramas,
la hierba verde, la lenta singularidad de las vacas,
el trueno y el relámpago, pájaros que giran y gritan,
el barro que sale del barro a vivir y a morir,
cada cual se registra debidamente y se graba
en los pliegues cerebrales con marcas distintas.

Mas los árboles no son “árboles” hasta que se los nombra y contempla,
y nunca se los llamó así hasta que hubo aquellos
que desplegaron el intrincado aliento del lenguaje,
débil eco y borrosa imagen del mundo,
pero ningún registro ni fotografía,
siendo adivinación, juicio y risa,
responde a aquellos cuyo interior agitan
hondos movimientos admonitorios, emparentados
con la vida y la muerte de árboles, bestias, estrellas:
cautivos libres que socavan barrotes sombríos,
escavando lo conocido por experiencia
y extrayendo la vena del espíritu a partir del sentido.
Grandes poderes sacan lentamente de sí mismos,
y mirando atrás contemplan a los elfos
que trabajan en las sutiles forjas de la mente,
y luz y oscuridad entretejidas en telares secretos.

No ve las estrellas quien no las ve ante todo
hechas de plata viva que estalla de pronto
en llamas como flores, en una antigua canción,
cuyo eco tras la música
hace mucho tiempo persigue.  No hay firmamento,
un mero vacío, si no  es una tienda enjoyada
tejida de mitos y adornada por elfos; y ninguna tierra,
si no es el vientre materno donde todo tiene nacimiento.

El corazón del hombre no está hecho de engaños,
y obtiene sabiduría del único que es Sabio,
y todavía lo invoca.  Aunque ahora exiliado,
el hombre no se ha perdido ni del todo ha cambiado. 
Quizá ha perdido la Gracia, pero no ha sido destronado,
y aún conserva los harapos de su señorío,
su dominio del mundo por el acto creativo:
No es suyo adorar al gran Artefacto.
Hombre, Sub-creador, la luz refractada
a través de quien se fragmenta un único Blanco
en numerosos matices que se combinan sin fin
en formas vivas que van de mente en mente.
Aunque hallamos llenado todas las grietas del mundo
con elfos y duendes, aunque nos atrevimos a fabricar
Dioses y sus casas de oscuridad y de luz,
y hallamos sembrado semillas de dragones, era nuestro derecho
(usado bien o mal). El derecho no ha decaído.
Creamos todavía por la ley en la que fuimos creados.

¡Sí! ¡Hilamos “sueños de deseos cumplidos”, para engañar
nuestros tímidos corazones y derrotar el feo Hecho !
¿De dónde viene el deseo y de dónde el poder de soñar
y el de juzgar que unas cosas son hermosas y otras feas?
No todos los deseos son ociosos, ni en vano
soñamos su cumplimiento— pues el dolor es dolor,
no se desea por sí mismo, es una enfermedad,
que fortalece o subyuga la voluntad
en igual desgracia. Y sólo esto del Mal
es terriblemente cierto: que es Mal. 

Benditos los corazones tímidos que el mal odia,
que tiemblan bajo su sombra pero aún le cierran la puerta;
no buscan negociar, y en un aposento resguardado,
aunque pequeño y sencillo, sobre un rústico telar
tejen telas doradas para el lejano día
en el que esperan y creen bajo el imperio de la Sombra.

Benditos los hombres de la raza de Noé que construyeron
sus pequeñas arcas, aunque frágiles y pobremente provistas,
y con vientos contrarios avanzan hacia un fantasma,
hacia el rumor de un puerto que prevé la fe.

Benditos los creadores de leyendas con sus rimas
sobre cosas que no se encuentran en el registro del tiempo.
No son ellos quienes olvidaron la Noche,
o nos invitan a huir hacia los deleites organizados
en islas-loto de bendición económica
almas perjuras por ganar un beso de Circe
(y como imitación, producido a máquina,
la falsa seducción del dos veces seducido).
Aquellas islas divisaron a lo lejos, y otras aún más preciosas,
y aquellos que oyen de ellas deben aún tener cuidado.
Ellos han visto la Muerte y la última derrota,
y no obstante no retroceden desesperados,
pues a menudo a la victoria han vuelto la lira
y a amables corazones de fuego legendario,
iluminando el Ahora y oscuros días que Han sido
con luz de soles como aún ningún hombre ha visto.

Quisiera poder cantar con los trovadores
y evocar lo no visto con un tañido de cuerda.
Quisiera estar con los marineros del mar profundo
que sus esbeltas tablas cortan en escarpadas montañas
y viajan en una misión vaga y errante,
pues algunos han pasado más allá del legendario Occidente.
Quisiera ser contado entre los locos bajo asedio
que guardan la fortaleza interior donde su oro,
sucio y escaso, aún conservan lealmente,
para acuñar la vaga imagen de un rey lejano,
o en banderas fantásticas tejer los brillantes
emblemas heráldicos de un señor aún no visto.

No quiero caminar con vuestros monos evolucionados,
erecto y sapiente. Ante ellos se abre
el abismo oscuro adonde su progreso lleva
si por misericordia de Dios el progreso termina,
y no vuelve incesantemente al mismo
curso estéril cambiándole el nombre.
No quiero avanzar por ese camino chato y polvoriento,
señalando esto y aquello como “esto” y “aquello”,
vuestro mundo inmutable donde no tiene parte
el pequeño creador en el arte de crear.
No me inclinaré delante de la Corona de Hierro,
ni dejaré caer mi propio pequeño cetro dorado.

Quizá en el Paraíso el ojo se extravíe
con la contemplación del Día imperecedero
para ver el día iluminado, y renovar
con la verdad reflejada el retrato de la Verdad.
Entonces al ver la Tierra Bendecida verá
que todo es como es, y sin embargo ha sido liberado: 
La salvación no cambia ni destruye
ni al jardín ni al jardinero, ni a los niños ni a sus juguetes.
El Mal ya no se verá, pues el mal no reside
en el cuadro de Dios sino en el ojo torcido,
ni en la fuente sino en la elección maliciosa,
ni en el sonido sino en la voz desentonada.
En el Paraíso ya no se verán fuera de lugar;
y aunque creen cosas nuevas no harán mentiras.
Seguramente todavía crearán, pues no habrán muerto,
y habrá llamas en las cabezas de los poetas
 y arpas donde caerán precisos los dedos:
 allí cada uno elegirá para siempre del Todo.


MYTHOPOEIA


To one who said that myths were lies and therefore worthless, even though 'breathed through silver'.

Philomythus to Misomythus

You look at trees and label them just so,
(for trees are 'trees', and growing is 'to grow');
you walk the earth and tread with solemn pace
one of the many minor globes of Space:
a star's a star, some matter in a ball
compelled to courses mathematical
amid the regimented, cold, inane,
where destined atoms are each moment slain.

At bidding of a Will, to which we bend
(and must), but only dimly apprehend,
great processes march on, as Time unrolls
from dark beginnings to uncertain goals;
and as on page o'erwritten without clue,
with script and limning packed of various hue,
an endless multitude of forms appear,
some grim, some frail, some beautiful, some queer,
each alien, except as kin from one
remote Origo, gnat, man, stone, and sun.

God made the petreous rocks, the arboreal trees,
tellurian earth, and stellar stars, and these
homuncular men, who walk upon the ground
with nerves that tingle touched by light and sound.
The movements of the sea, the wind in boughs,
green grass, the large slow oddity of cows,
thunder and lightning, birds that wheel and cry,
slime crawling up from mud to live and die,
these each are duly registered and print
the brain's contortions with a separate dint.

Yet trees are not 'trees', until so named and seen
and never were so named, till those had been
who speech's involuted breath unfurled,
faint echo and dim picture of the world,
but neither record nor a photograph,
being divination, judgement, and a laugh
response of those that felt astir within
by deep monition movements that were kin
to life and death of trees, of beasts, of stars:
free captives undermining shadowy bars,
digging the foreknown from experience
and panning the vein of spirit out of sense.
Great powers they slowly brought out of themselves
and looking backward they beheld the elves
that wrought on cunning forges in the mind,
and light and dark on secret looms entwined.

He sees no stars who does not see them first
of living silver made that sudden burst
to flame like flowers beneath an ancient song,
whose very echo after-music long
has since pursued. There is no firmament,
only a void, unless a jewelled tent
myth-woven and elf-patterned; and no earth,
unless the mother's womb whence all have birth.

The heart of Man is not compound of lies,
but draws some wisdom from the only Wise,
and still recalls him. Though now long estranged,
Man is not wholly lost nor wholly changed.
Dis-graced he may be, yet is not dethroned,
and keeps the rags of lordship once he owned,
his world-dominion by creative act:
not his to worship the great Artefact,
Man, Sub-creator, the refracted light
through whom is splintered from a single White
to many hues, and endlessly combined
in living shapes that move from mind to mind.
Though all the crannies of the world we filled
with Elves and Goblins, though we dared to build
Gods and their houses out of dark and light,
and sowed the seed of dragons, 'twas our right
(used or misused). The right has not decayed.
We make still by the law in which we're made.

Yes! 'wish-fulfilment dreams' we spin to cheat
our timid hearts and ugly Fact defeat!
Whence came the wish, and whence the power to dream,
or some things fair and others ugly deem?
All wishes are not idle, nor in vain
fulfilment we devise -- for pain is pain,
not for itself to be desired, but ill;
or else to strive or to subdue the will
alike were graceless; and of Evil this
alone is deadly certain: Evil is.

Blessed are the timid hearts that evil hate
that quail in its shadow, and yet shut the gate;
that seek no parley, and in guarded room,
though small and bate, upon a clumsy loom
weave tissues gilded by the far-off day
hoped and believed in under Shadow's sway.

Blessed are the men of Noah's race that build
their little arks, though frail and poorly filled,
and steer through winds contrary towards a wraith,
a rumour of a harbour guessed by faith.

Blessed are the legend-makers with their rhyme
of things not found within recorded time.
It is not they that have forgot the Night,
or bid us flee to organized delight,
in lotus-isles of economic bliss
forswearing souls to gain a Circe-kiss
(and counterfeit at that, machine-produced,
bogus seduction of the twice-seduced).
Such isles they saw afar, and ones more fair,
and those that hear them yet may yet beware.
They have seen Death and ultimate defeat,
and yet they would not in despair retreat,
but oft to victory have tuned the lyre
and kindled hearts with legendary fire,
illuminating Now and dark Hath-been
with light of suns as yet by no man seen.

I would that I might with the minstrels sing
and stir the unseen with a throbbing string.
I would be with the mariners of the deep
that cut their slender planks on mountains steep
and voyage upon a vague and wandering quest,
for some have passed beyond the fabled West.
I would with the beleaguered fools be told,
that keep an inner fastness where their gold,
impure and scanty, yet they loyally bring
to mint in image blurred of distant king,
or in fantastic banners weave the sheen
heraldic emblems of a lord unseen.

I will not walk with your progressive apes,
erect and sapient. Before them gapes
the dark abyss to which their progress tends
if by God's mercy progress ever ends,
and does not ceaselessly revolve the same
unfruitful course with changing of a name.
I will not treat your dusty path and flat,
denoting this and that by this and that,
your world immutable wherein no part
the little maker has with maker's art.
I bow not yet before the Iron Crown,
nor cast my own small golden sceptre down.

In Paradise perchance the eye may stray
from gazing upon everlasting Day
to see the day illumined, and renew
from mirrored truth the likeness of the True.
Then looking on the Blessed Land 'twill see
that all is as it is, and yet made free:
Salvation changes not, nor yet destroys,
garden nor gardener, children nor their toys.
Evil it will not see, for evil lies
not in God's picture but in crooked eyes,
not in the source but in malicious choice,
and not in sound but in the tuneless voice.
In Paradise they look no more awry;
and though they make anew, they make no lie.
Be sure they still will make, not being dead,
and poets shall have flames upon their head,
and harps whereon their faultless fingers fall:
there each shall choose forever from the All.