miércoles, 26 de febrero de 2014

La Belleza eterna como "Cabeza torturada"

«Me ha venido a la mente el hecho de que los teólogos medievales tradujeron la palabra "logos" no solo con "verbum" [palabra], sino también con "ars" [arte]: "verbum" y "ars" son intercambiables. Solo en las dos juntas aparece, para los teólogos medievales, todo el significado de la palabra logos. El Logos no es solo una razón matemática: el Logos tiene un corazón, el Logos es también amor. La verdad es bella, verdad y belleza van juntas: la belleza es el sello de la verdad.

(...) El "muy bello" del sexto día –expresado por el Creador– es permanentemente contradicho, en este mundo, por el mal, el sufrimiento, la corrupción. Y parece casi que el maligno quiera permanentemente ensuciar la creación, para contradecir a Dios y para hacer irreconocible su verdad y la belleza. En un mundo así marcado también por el mal, el Logos, la Belleza eterna y el Ars eterno, debe aparecer como "caput cruentatum". El Hijo encarnado, el Logos encarnado, es coronado con una corona de espinas; y sin embargo justo así, en esta figura sufriente del Hijo de Dios, empezamos a ver la belleza más profunda de nuestro Creador y Redentor; podemos, en el silencio de la noche oscura, escuchar todavía la Palabra. Creer no es otra cosa que, en la oscuridad del mundo, tocar la mano de Dios y así, en el silencio, escuchar la Palabra, percibir el Amor.»

Benedicto XVI (23 de febrero de 2013)

Locura para los paganos (1 Cor 1,23)




San Pablo, en su Epístola a los Filipenses 2,5-11:

«Tened entre vosotros los mismos
sentimientos que Cristo:
El cual, siendo de condición divina, 
no retuvo ávidamente el ser igual a Dios.
Sino que se despojó de sí mismo 
tomando condición de siervo 
haciéndose semejante a los hombres 
y apareciendo en su porte como hombre;
y se humilló a sí mismo, 
obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz.
Por lo cual Dios le exaltó 
y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre.
Para que al nombre de Jesús 
toda rodilla se doble en los cielos, 
en la tierra y en los abismos,
y toda lengua confiese 
que Cristo Jesús es SENOR 
para gloria de Dios Padre.»



Séneca, en su tratado De clementia III, 6, 2 s, le dice a Nerón: 

«Tú no puedes alejarte a ti mismo de tu elevado rango; 
él te posee, y donde quiera que vayas, te sigue con gran pompa. 
La servidumbre propia de tu elevadísimo rango
es el no poder llegar a ser menos importante; 
pero precisamente esta necesidad la tienes en común con los dioses. 
Porque también a ellos los tiene el cielo ligados,
y a ellos no les he dado descender, 
como tampoco te es dado a ti, sin correr riesgo. 
Tú estás enclavado en tu rango».


Oración de Santo Tomás por la sabiduría - Padre Leonardo Castellani



Omnia haec, oh Reginalde, mihi jam videntur quasi palea.1

Luz de la luz y rosa de la rosa
foco y fuente de todo lo que es vida
que pretendo apresar con mi atrevida
torre de silogismos rigurosa,

Tripersonal natura misteriosa
inaccesible intelectual guarida
de quien el hombre sueña y el suicida
muere, y el cosmos vive, el ángel goza ...

En piedra de razón, luz de sagrario
y cemento de humano pensamiento
de mi summa el andamio extraordinario

he levantado en inaudito intento...
Quiero que un soplo tuyo lo haga viento
lo haga música mística tu aliento
y un rayo lo haga polvo de incensario.

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1. Frase de Santo Tomás a su amanuense Reginaldo, respondiéndole por qué no podía seguir escribiendo la Suma Teológica: "Oh, Reginaldo, todo esto es para mí como paja..."

Sobre la Muerte, los Cementerios y las Tumbas



Cementerio de Oscott

«...la muerte, paradójicamente, conserva lo que la vida no puede retener. Cómo vivieron nuestros difuntos, qué amaron, temieron y esperaron, qué rechazaron, lo descubrimos de modo singular precisamente en las tumbas, que han quedado casi como un espejo de su existencia, de su mundo: estas nos interpelan y nos inducen a reanudar un diálogo que la muerte puso en crisis. Así, los lugares de la sepultura constituyen una especie de asamblea en la que los vivos encuentran a sus propios difuntos y con ellos consolidan los vínculos de una comunión que la muerte no ha podido interrumpir.
Ante la muerte el ser humano de toda época busca una rendija de luz que permita esperar, que hable aún de vida, y también la visita a las tumbas expresa este deseo. ¿Pero cómo respondemos los cristianos a la cuestión de la muerte? Respondemos con la fe en Dios, con una mirada de sólida esperanza que se funda en la muerte y resurrección de Jesucristo. Entonces la muerte se abre a la vida, a la vida eterna, que no es un infinito duplicado del tiempo presente, sino algo completamente nuevo. La fe nos dice que la verdadera inmortalidad a la que aspiramos no es una idea, un concepto, sino una relación de comunión plena con el Dios vivo: es estar en sus manos, en su amor, y transformarnos en Él en una sola cosa con todos los hermanos y hermanas que Él ha creado y redimido, con toda la creación. Nuestra esperanza entonces descansa en el amor de Dios que resplandece en la Cruz de Cristo y que hace que resuenen en el corazón las palabras de Jesús al buen ladrón: "Hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc 23, 43). Esta es la vida que alcanza su plenitud: la vida en Dios; una vida que ahora sólo podemos entrever como se vislumbra el cielo sereno a través de la bruma.»

Benedicto XVI (3 de Noviembre de 2012)

Cristo, ese Actor Sublime



«Dios es un actor – contestó el extraño monje -, un actor-creador, según está escrito en el libro de la Sapiencia, “ludens in orbe terrarum”. La creación es una comedia divina. Dios se hizo el débil, se hizo el impotente, se hizo niño, se hizo el muerto por puro gusto de hacerse hombre: “ludens in orbe terrarum”. ¿Y qué dice Clemente Alejandrino? – gritó el monje, golpeando febrilmente un gran libro en griego- (...) San Clemente dice que Cristo fue un actor sublime: Yiós Theoú, Theoú Mimós.»

Leonardo Castellani: El duelo 
(incluído en Martita Ofelia y otros cuentos de fantasmas).

Éste pasaje de Castellani hay que asociarlo a 1 Cor 11,1; cf. 4,16; Ef 5,1; 1 Ts 1,6; 2 Ts 3,7... donde San Pablo se define como «imitador» (mîmos) de Dios, y nos invita a hacer lo mismo1. Lo cual nos lleva por un lado a la teoría antigua del arte como mímesis, y por otro al concepto de santidad cristiana como seguimiento e imitación (no limitándose ésta a actos externos, sino a una verdadera identificación “con los sentimientos de Cristo”, con la “forma” de Cristo...).

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1. miméomai imitar, seguir atrás de; mimêtês imitador; summimêtês coimitador. Cf. J. BAUDER, en L. COENEN, E. BEYREUTHER, H. BIETENHARD (eds.), Diccionario teológico del Nuevo Testamento, IV, Salamanca, Sígueme, 1984, p. 181-182.