«Dios es un actor –
contestó el extraño monje -, un actor-creador,
según está escrito en el libro de la Sapiencia, “ludens in orbe terrarum”. La creación es una comedia divina. Dios
se hizo el débil, se hizo el impotente, se hizo niño, se hizo el muerto por
puro gusto de hacerse hombre: “ludens in
orbe terrarum”. ¿Y qué dice Clemente Alejandrino? – gritó el monje,
golpeando febrilmente un gran libro en griego- (...) San Clemente dice que
Cristo fue un actor sublime: Yiós Theoú, Theoú
Mimós.»
Leonardo Castellani: El
duelo
(incluído en Martita Ofelia y
otros cuentos de fantasmas).
Éste pasaje de Castellani hay que asociarlo a 1 Cor 11,1; cf. 4,16; Ef 5,1; 1 Ts 1,6; 2 Ts 3,7...
donde San Pablo se define como «imitador» (mîmos)
de Dios, y nos invita a hacer lo mismo1. Lo cual nos lleva por un
lado a la teoría antigua del arte como mímesis, y por otro al concepto de
santidad cristiana como seguimiento e imitación (no limitándose ésta a actos
externos, sino a una verdadera identificación “con los sentimientos de Cristo”,
con la “forma” de Cristo...).
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1. miméomai imitar, seguir atrás de; mimêtês imitador; summimêtês coimitador. Cf. J. BAUDER, en L. COENEN, E. BEYREUTHER,
H. BIETENHARD (eds.), Diccionario teológico del Nuevo Testamento, IV,
Salamanca, Sígueme, 1984, p. 181-182.
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