La obra "El Señor de los Anillos", de J. R. R. Tolkien, puede describirse como una sucesión de despedidas, de partidas irrevocables. El sentimiento predominante es la nostalgia, y parece evocar la experiencia de las sucesivas pérdidas en que consiste la vida misma. La metáfora de la vida como una navegación, como un tránsito constante, es común a varias culturas. En occidente el modelo clásico es el desarrollado en la Odisea, y su eco latino en los primeros cantos de la Eneida. Virgilio, subrayando el sentido de pérdida asociado a esta imagen, esculpe un verso admirable:
«Provehimur portu, terraeque urbesque recedunt.» (Eneid. III, 72)
«Salimos del puerto y se alejan las tierras y las ciudades.»
La ilusión del
retroceso de la costa (vista desde el punto de vista de los que navegan
alejándose de ella) expresada en dicho verso, se vuelve una metáfora visual del
sentimiento de angustia ante el fluir del tiempo y la fugacidad de la vida.
En este sentido será
citado por Séneca en sus Cartas morales a
Lucilo (Epístola LXX):
«Praenavigavimus, Lucili, vitam et quemadmodum in mari, ut ait Vergilius
noster: terraeque urbesque recedunt, sic in hoc cursu rapidissimi temporis
primum pueritiam abscondimus, deinde adulescentiam...»
«Navegamos en la vida, Lucilo, y de las misma manera que en el mar, como
dice nuestro Virgilio: “las tierras y las ciudades se alejan” así también en la
rápida carrera del tiempo, vemos retroceder primeramente la infancia, después
la juventud...»
Cuando en el
capítulo Adiós a Lórien (ESdlA, L. II, cap. 8) Tolkien describe la despedida
del país de los elfos, lo hace recurriendo a la misma imagen y reformulando el
simbolismo apuntado por Séneca:
«Los viajeros estaban sentados y no hablaban ni se movían. De pie sobre la
hierba verde, en la punta misma de la Lengua, la figura de la Dama Galadriel se
erguía solitaria y silenciosa. Cuando pasaron ante ella los viajeros se
volvieron y miraron cómo iba alejándose lentamente sobre las aguas. Pues así
les parecía: Lórien se deslizaba hacia atrás como una nave brillante que tenía
como mástiles unos árboles encantados; se alejaba navegando hacia costas
olvidadas, mientras que ellos se quedaban allí, descorazonados, a orillas de un
mundo deshojado y gris.»
Enfatizando aún
más el sentimiento de pérdida, refiriéndose a la Dama Galadriel, acumula
metáforas de objetos brillantes en la lejanía:
«Miraban aún cuando el Cauce de Plata desapareció en las aguas del Río
Grande, y las embarcaciones viraron y fueron hacia el sur. La forma blanca de
la Dama fue pronto distante y pequeña. Brillaba como el cristal de una ventana
a la luz del sol poniente en una lejana colina, o como un lago remoto visto
desde una cima montañosa: un cristal caído en el regazo de la tierra.»
Y un poco después,
como lo hace reiteradamente a lo largo del relato, nos asegura que el
protagonista no volverá a ver jamás ese mundo de belleza perdida en el tiempo:
«De pronto el río describió una curva y las orillas se elevaron a los
lados, ocultando la luz de Lórien. Frodo no vería nunca más aquel hermoso país.»
Este capítulo y
los dos anteriores contienen varias referencias a los elfos y su país como un
lugar que es en sí mismo un eco del pasado. Una nostalgia tal, transmitida por
las obras de la literatura antigua referente al mundo feérico, ha sido objeto
de la atención de Tolkien en muchas ocasiones en sus estudios. Así parece
hacerlo constar en el presente capítulo, refiriendo a como “los hombres de
tiempos ulteriores” vieron a los elfos:
«Frodo comió y bebió poco, atento sólo a la belleza de la Dama y a su
voz... La veía ya como los hombres de tiempos ulteriores vieron a los elfos:
presentes y sin embargo remotos, una visión animada de aquello que la corriente
incesante del Tiempo había dejado atrás.»
Sin poder asegurar
la influencia de la cita virgiliana en la génesis de este pasaje de la epopeya
de “El Señor de los Anillos”, nos parece oportuno apuntarla como eminentemente
plausible. Muchas veces se hace referencia a las influencias nórdicas en la
obra de Tolkien. Quizás sea necesario también profundizar en las fuentes
latinas y griegas que no le fueron tampoco extrañas.
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