Carta dirigida a Madame Elisabeth.
16 de octubre a las 4 horas y media de la mañana [1793: unas horas antes de su muerte!].
Es
a usted, hermana mía, que yo escribo por la última vez. Acabo de ser
condenada, no exactamente a una muerte honrosa, si no a la de los
criminales, pero tengo el consuelo de que voy a reunirme con vuestro
hermano, inocente como él, yo espero mostrar la misma firmeza que él en
sus últimos momentos.
Estoy tranquila porque la conciencia
no tiene nada que reprocharnos, tengo un profundo dolor por abandonar a
mis pobres hijos, usted sabe que yo no vivo más que para ellos, y
usted, mi buena y tierna hermana, usted que por su amistad ha
sacrificado todo por estar con nosotros, en qué posición la dejo!
Me enteré por los alegatos mismos del proceso que mi hija ha sido separada de usted, ¡Dios Mío! A la pobre niña no me atrevo a escribirle, ella no recibiría mi carta, ni siquiera sé si esta le llegará a usted, reciba por medio de ésta, para ellos dos mi bendición. Espero que un día, ya que ellos sean grandes, se podrán reunir con usted, y recibir por entero las atenciones de ellos, que ellos piensen en mí y que no deje yo de inspirarles, que los principios y el cumplimiento exacto de sus deberes sean la base fundamental de su vida, que su amistad y su confianza mutua, les sean venturosos, que mi hija sienta que por su edad que tiene, debe ayudar siempre a su hermano por medio de los consejos que la experiencia le habrá dado a ella más que a él y que la amistad entrambos lo puedan inspirar, que mi hijo a su vez, le brinde a su hermana todas las atenciones, los servicios que la amistad pueda inspirar, que ellos sientan que, en cualquier posición en la que se puedan encontrar, les será verdaderamente de buenaventura, que por su unión ellos tomen ejemplo de la nuestra y también de nuestras desgracias, nuestra amistad nos ha dado consuelo, y en la alegría nos ha traído doblemente felicidad cuando uno puede encontrar un amigo y ¿Dónde se pueden encontrar los mejores y lo más queridos que dentro de su propia familia?
Me enteré por los alegatos mismos del proceso que mi hija ha sido separada de usted, ¡Dios Mío! A la pobre niña no me atrevo a escribirle, ella no recibiría mi carta, ni siquiera sé si esta le llegará a usted, reciba por medio de ésta, para ellos dos mi bendición. Espero que un día, ya que ellos sean grandes, se podrán reunir con usted, y recibir por entero las atenciones de ellos, que ellos piensen en mí y que no deje yo de inspirarles, que los principios y el cumplimiento exacto de sus deberes sean la base fundamental de su vida, que su amistad y su confianza mutua, les sean venturosos, que mi hija sienta que por su edad que tiene, debe ayudar siempre a su hermano por medio de los consejos que la experiencia le habrá dado a ella más que a él y que la amistad entrambos lo puedan inspirar, que mi hijo a su vez, le brinde a su hermana todas las atenciones, los servicios que la amistad pueda inspirar, que ellos sientan que, en cualquier posición en la que se puedan encontrar, les será verdaderamente de buenaventura, que por su unión ellos tomen ejemplo de la nuestra y también de nuestras desgracias, nuestra amistad nos ha dado consuelo, y en la alegría nos ha traído doblemente felicidad cuando uno puede encontrar un amigo y ¿Dónde se pueden encontrar los mejores y lo más queridos que dentro de su propia familia?
Que mi hijo no olvide jamás las últimas
palabras de su padre, que yo le repito expresamente: “Que no busque
jamás vengar nuestra muerte”. Tengo que mencionarle a usted algo muy
doloroso para mi corazón, sé muy bien que este niño le ha causado a
usted mucha pena, perdónelo, querida hermana, piense en la edad que él
tiene y también lo fácil que es obligar a un niño a decir cosas que no
conoce y que ni siquiera comprende, vendrá un día, espero, en que él no
tendrá más que corresponderle a usted con todas las recompensas posibles
por vuestras bondades y ternuras para ellos. Me queda confiarle a usted
mis últimos pensamientos, yo quisiera haber escrito desde el principio
del proceso, pero no se me permitía escribir, la marcha ha sido tan
rápida que ya no me dio tiempo.
Muero dentro de la
Religión Católica, Apostólica y Romana, en la religión de mis padres, en
la cual fui educada y que siempre he practicado, no teniendo ningún
consuelo espiritual, ni siquiera he buscado si hay aquí sacerdotes de
esta religión, a los otros sacerdotes (constitucionales) si hay, no les
diré mucho. Pido sinceramente perdón a Dios por todas las faltas que yo
haya cometido en mi vida. Espero que en su bondad Él tendrá a bien
recibir mis últimos votos, ya que los hago después de mucho tiempo para
que Él reciba mi alma en Su misericordia y Su bondad.
Pido
perdón a todos aquellos que conozco, a usted, hermana mía, en
particular, por todas las penas que, sin querer, le haya podido causar,
perdono a todos mis enemigos el mal que me han hecho. Aquí, digo adiós a
mis tías y a todos mis hermanos y hermanas, a mis amigos, la idea de
estar separada para siempre y sus penas son uno de los más grandes
dolores que les doy al morir, que ellos sepan, al menos, que justo hasta
mi último momento yo pensaré en ellos.
¡Adiós, dulce y
tierna hermana, espero que esta carta llegue a sus manos! Piense siempre
en mí, la abrazo con todo mi corazón al igual que a mis pobres y amados
hijos, ¡Dios Mío! Que doloroso es dejarlos para siempre. ¡Adiós, Adiós!
Me voy para ocuparme de mis deberes espirituales, pues como no soy
dueña de mis acciones, me acompañará un sacerdote (constitucional) pero
yo protesto aquí que no le diré una sola palabra y que lo trataré como a
un absoluto extraño.
[Nota aclaratoria: los "sacerdotes constitucionales" eran los sacerdotes que habían jurado
la Constitución Civil del Clero en 1790, que los convertía en meros
funcionarios estatales. El Papa declaró que habían abjurado de su fe al
firmar esa constitución. Los demás sacerdotes fieles estaban proscritos y
amenazados de muerte.]
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