viernes, 7 de marzo de 2014

Testamento de Luis XVI

En el nombre de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Hoy, día 25 de diciembre de 1792, yo, Luis XVI, Rey de Francia, estando ya más de cuatro meses prisionero con mi familia por aquéllos que fueron mis súbditos en la Torre del Temple en París, y privado de toda comunicación, aun con mi familia y hasta el más pequeño instante; más aun, procesado por un proceso cuyo fin me es imposible prever debido a las pasiones de los hombres y para el cual no se puede encontrar ni pretexto ni fuerza en ninguna ley existente y no teniendo más testigo de mis pensamientos que Dios a quien me puedo dirigir, declaro aquí, en Su presencia, mis últimas voluntades y sentimientos.

Entrego mi alma a Dios, mi creador; le ruego la reciba en Su Misericordia y no la juzgue por sus méritos sino por los de Nuestro Señor Jesucristo que se ofreció a Sí Mismo en sacrificio a Dios, Su Padre, por nosotros los hombres sin importar cuan indignos seamos, yo el primero.

Muero en comunión con Nuestra Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana, que tiene la autoridad, por sucesión ininterrumpida desde San Pedro, a quien Jesucristo se la confió. Creo firmemente y confieso en todo lo que está contenido en el Credo y en los mandamientos de Dios y de la Iglesia, en los sacramentos y en los misterios tal como la Iglesia Católica los enseña y siempre ha enseñado. No he pretendido jamás hacerme juez en lo que respecta a las diferentes maneras de exponer el dogma que desgarran a la Iglesia de Jesucristo, pero estoy de acuerdo y siempre estaré de acuerdo, si Dios me concede vida, con las decisiones que los superiores eclesiásticos de la Santa Iglesia Católica den y darán siempre en conformidad con las disciplinas que la Iglesia ha seguido desde Jesucristo.

Compadezco con todo mi corazón a nuestros hermanos que puedan estar en el error pero no pretendo juzgarlos y no los amo menos en Jesucristo, como nuestra caridad cristiana nos lo enseña. Ruego a Dios perdone todos mis pecados; he tratado de reconocerlos escrupulosamente, de odiarlos y de humillarme en su presencia. No pudiendo servirme del ministerio de un sacerdote católico, ruego a Dios que reciba la confesión que le hago y, sobre todo, el arrepentimiento profundo de haber puesto a mi nombre (a pesar de que fuera en contra de mi voluntad) actos que puedan ser contrarios a la disciplina y a la creencia de la Iglesia Católica, a la que siempre he estado unido sinceramente en mi corazón. Ruego a Dios que reciba, desde donde estoy y si me da vida,  la firme resolución que hago de servirme, tan pronto como me sea posible, del Ministerio de un sacerdote católico para acusarme de todos mis pecados y recibir el sacramento de la penitencia.

Suplico a todos aquéllos a los que pudiera haber ofendido por inadvertencia (pues no recuerdo haber ofendido conscientemente a nadie) o a aquéllos a los que yo haya podido dar mal ejemplo o motivo de escándalo, que perdonen el mal que crean pude haberles causado.

Imploro a todos que tengan la caridad de unir sus oraciones a las mías para obtener el perdón de Dios por mis pecados.

Perdono con todo mi corazón a los que se convirtieron en mis enemigos, sin haberles dado yo causa, y ruego a Dios que les perdone, así como a aquéllos que, por un celo malentendido, me han hecho tanto mal.

Pongo en manos de Dios a mi esposa, a mis hijos, a mi hermana, a mis tías, a mis hermanos y a todos aquéllos que están ligados a mí por los lazos de la sangre o por cualquiera otra manera. Ruego a Dios, particularmente, que mire con ojos compasivos a mi esposa, a mis hijos y a mi hermana, que tanto han sufrido conmigo durante tanto tiempo, y, si me perdieran, les dé el apoyo de su gracia en tanto permanezcan en este mundo perecedero.

Encomiendo mis hijos a mi esposa. Nunca he dudado de su ternura maternal por ellos. Le encomiendo, sobre todo, que haga de ellos buenos cristianos y hombres honestos; que les haga ver que las grandezas de este mundo (si es que están condenados a experimentarlas) son bienes muy peligrosos y transitorios, y les haga volver sus ojos hacia la única gloria sólida y duradera que es la eternidad. Suplico a mi hermana que mantenga su amable ternura hacia mis hijos y que ocupe el lugar de su madre si tuvieran ellos la desgracia de perderla.

Suplico a mi esposa me perdone todos los males que haya sufrido por mi causa y los dolores que pude haberle causado en el curso de nuestra unión. Puede estar segura de que nada tengo nada en contra de ella, aun aunque ella tuviese algo de qué reprocharse a sí misma.

Encarezco a mis hijos que, después de lo que deben a Dios, quien debe estar antes que todo,  permanezcan siempre unidos entre sí, sumisos y obedientes a su madre y agradecidos por todos los cuidados y penas que ella ha tenido para con ellos, así como en recuerdo mío. Les pido que consideren a mi hermana como a su segunda madre.

Exhorto a mi hijo, si es que tuviese la desgracia de convertirse en rey, a que recuerde que se debe por entero a la felicidad de sus conciudadanos; que debe olvidar todo odio y todo resentimiento, particularmente los que tengan que ver con las desgracias y penas que estoy sufriendo; que no puede hacer la felicidad del pueblo sino gobernando únicamente de acuerdo a las leyes, pero que, al mismo tiempo, recuerde que un rey no las puede hacer respetar y hacer el bien que está en su corazón a menos que tenga la autoridad necesaria y que, de lo contrario, estando empeñado en sus actividades y no inspirando respeto, es más dañino que útil.

Exhorto a mi hijo para que cuide de todas las personas que están ligadas a mí tanto como las circunstancias lo permitan; que recuerde que es una deuda sagrada la que he contraído hacia los hijos y parientes de aquéllos que han muerto por mí, así como hacia los que se hallan en desgracia por mí. Sé que hay muchas personas, entre aquéllos que estuvieron cerca de mí, que no se condujeron conmigo como deberían haberlo hecho y que hasta han mostrado ingratitud, pero les perdono (a menudo, en momentos de preocupación y agitación, uno no es dueño de uno mismo) y pido a mi hijo que, si encuentra la ocasión, debe pensar sólo en sus infortunios.

Hubiera querido mostrar aquí mi gratitud a aquéllos que me han demostrado un compromiso real y desinteresado; si, por un lado, fui profundamente lastimado por la ingratitud y deslealtad de aquéllos a los que siempre mostré bondad, así como a sus parientes y amigos, por otro lado he tenido el consuelo de ver el afecto y el interés gratuito que muchas personas me han demostrado. Les pido que reciban mi todo agradecimiento. En la situación en la que las cosas se encuentran, temo comprometerles si hablo más explícitamente, pero ordeno de manera especial a mi hijo que busque la ocasión para poder reconocérselo.

Creería, sin embargo, calumniar a los sentimientos de la nación si no encomendara abiertamente a mi hijo a los señores De Chamilly y Hue, cuyo verdadero apego hacia mí les llevó voluntariamente a hacerse prisioneros conmigo en esta triste morada. También le encomiendo a Cléry, para con cuyas atenciones no tengo más que alabanzas desde que está conmigo. Ya que es él quien me ha acompañado hasta el final, suplico a los caballeros de la comuna le entreguen mis ropas, mis libros, mi reloj, mi bolsa y los demás pequeños efectos que han sido depositados ante el consejo de la comuna.

Perdono de nuevo de todo corazón a aquéllos que me vigilan el mal trato y las vejaciones que han creído necesario imponerme. He encontrado unas pocas almas sensibles y compasivas entre ellos. Que tengan en su corazón la tranquilidad que su modo de pensar les da.

Pido a los señores De Malesherbes, Tronchet y De Seze que reciban todo mi agradecimiento y las expresiones de mis sentimientos por todas sus atenciones y por las preocupaciones que han tenido por mí.

Termino declarando ante Dios, preparado para presentarme ante Él, que no me reprocho ninguno de los crímenes que se me imputan.

Hecho por duplicado en la Torre del Temple, el 25 de diciembre de 1792.
Firmado, Luis.
 
Traducción al castellano de Carlos Muñoz-Caravaca Ortega

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