Los dos primeros de su opera prima: “OP. I.” Oxford, 1916.
Los siguientes editados en “Oxford Poetry 1919”.
HIMNO EN CONTEMPLACIÓN DE LA MUERTE SÚBITA.
Señor, si esta noche mi viaje termina,
te agradezco primero por los muchos amigos,
los pilares robustos e indiscutibles
que sostienen el puente de mis años.
Y luego, por todo el amor que di
a las cosas y a los hombres de este lado de la tumba,
sabiamente o no, ya que puedo comprobar
que siempre hay mucho bien en el amor.
Asimismo, por el poder que me diste
de ver el mundo entero con alegría,
por la risa, paráclito del dolor,
como los soles de abril a través de la lluvia.
Además porque, no siendo demasiado sabia
para hacer cosas necias a los ojos de los hombres,
gané experiencia en eso,
y vi la vida un poco como es.
También por la alegría del trabajo concluido
y las responsabilidades cargadas bajo el sol,
pero no menos por la vergüenza del trabajo perdido,
y la mansedumbre nacida de una jactancia estéril.
Por cada cosa bella e inútil
que hace que los hombres interrumpan su trabajo
para mirar y encontrar una “espuela de caballero”
y caléndulas de distinta tonalidad.
Por los ojos para ver y los oídos para oír,
por la lengua para hablar y los dedos para sostener,
por las manos para obrar y los pies para andar.
Por la vida, te doy gracias también.
Por todas las cosas alegres, curiosas y extrañas,
por el sonido y el silencio, la fuerza y el cambio,
y por último, por la muerte, que sólo da
valor a todo lo que vive;
Por todo esto, buen Señor que me hiciste,
alabo tu nombre; ya que, en verdad,
en mi alegría no he tenido escasez
aunque esta fuera mi última noche sobre la tierra.
ÚLTIMA MAÑANA EN OXFORD.
«Los grandes poetas... no se toman la molestia de idear finales cuidadosos. Así, Homero termina con líneas que bien podrían estar en medio de cualquier pasaje». H. Belloc.
No creo que se haya dicho mucho
de solemne réquiem por los buenos años muertos.
Como Homero, sin rapsodia atronadora,
cerré el volumen de mi Odisea.
Lo que más recuerdo, sobre todo
es la cicuta blanca junto al muro del jardín.
A FAÓN
Con “aquella eternidad prometida por nuestro inmortal poeta”.
¿Por qué vienes al poeta, al corazón de hierro y fuego,
buscando suave abrigo y las pequeñas cosas del deseo,
esperando besos ligeros de labios inclinados al canto?
No doy nada menos que a mí misma ¿soy pequeña cosa acaso?
Yo camino de escarlata y seda a través de las áridas
llanuras del infierno,
Y oro fino y rubíes es todo lo que tengo y lo que vendo,
porque soy el orfebre real y mis obras son todas de oro,
y tú vivirás para siempre como un pequeño cuento que se
cuenta.
Cuando los reyes hayan pasado y perecido, y el polvo cubra
sus nombres,
cuando las altas, inexpugnables ciudades sean solo viento y
llamas,
y las insolentes y nuevas naciones se levanten y lean,
sabrán
que pequeño, pequeño, señor eras, porque yo te amaba tanto.
Nota: Este poema se inspira en la obra de Horacio: Heroides,
o Cartas de las heroínas, XV: Safo a Faón (Sappho Phaoni), donde
la poetisa Safo se queja al bello Faón de abandonarla. La cita epigráfica, a su
vez, hace referencia a la dedicatoria de los sonetos de Shakespeare hecha por
su editor al hombre misterioso que habría fungido de fugaz musa para los
inmortales versos. A.L.
SIMPATÍA
Me senté y hablé contigo
al parpadeo del fuego y la tiniebla,
haciéndote responder
en tus modos delicados y suaves.
No dejé de repasar
la negra curva de tu cabeza
y la dorada piel de tu garganta
sobre el rojo-dorado del cojín.
Pero todo el tiempo, detrás,
en el taller de mi mente,
la extraña tejedora del destino
iba adelante y atrás
juntando hilo sobre hilo
con lentos dedos decididos:
las cosas que no dijiste
y pensé que no sabías,
las cosas que dijiste hoy
y yo había dicho hace tiempo,
para tejer en un telar maravilloso,
con muy tenues colores,
una cosa curiosa y obstinada…
esa red que llamamos verdad.
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