Hermann
Weller (1878 – 1956): Filólogo, docente y escritor, este autor católico alemán
atravesó las grandes crisis del siglo XX y fue el más famoso de los poetas neo-latinos
de su tiempo.
Su vida:
Hermann
Weller, nació en Schwäbisch Gmünd en 1878. En 1901 recibió su doctorado en
latín y sánscrito. En los años siguientes, completó su examen estatal en latín,
griego, francés y hebreo. También se distinguió por un sólido conocimiento de
inglés, italiano, indio y persa. Ejerció como filólogo clásico en el servicio
de educación superior de Württemberg, y luego en el Gimnasium de Ellwangen
entre 1913 y 1931. En el ínterin de la Primera Guerra Mundial sirvió como operador
de radio en el frente occidental. En 1930 obtuvo la cátedra de Indoeuropeo en
la universidad de Tubinga.
Durante
toda su vida escribió poesía en latín. Participó en numerosas ocasiones en el
Certamen Hoeufftianum, el prestigioso concurso de poesía latina organizado por
la Real Academia de Artes y Ciencias de los Países Bajos, ganando el primer
premio en doce ocasiones. Fue considerado el Horacio del siglo XX, por lo que
el ayuntamiento de Ellwangen le pusiera su nombre a una calle en 1931.
El 9 de
diciembre de 1956, falleció a la edad de 78 años en Tubinga, sin hijos y viudo
durante muchos años.
La
Elegía Y:
Solidario
con los padecimientos de sus amigos judíos (como Julius Stern y su esposa), y las persecuciones que también sufrió la Iglesia (especialmente en la figura de su obispo, Johannes Baptista Sproll -cf.nota: 1-), en
su elegía “Y” -quizás el nombre más breve en la historia de la literatura-
realizó la paradoja de presentar la realidad como un sueño alegre y otoñal, y
el sueño como una realidad brutal y sangrienta. Entre ambos mundos la denuncia
se disfraza de alegoría y la alegoría de broma.
El aire festivo con que el poema comienza y
acaba sirve de camuflaje a la crítica (un poco como lo hizo “El gran dictador”
de Chaplin), pero también disimula la impotencia de un intelectual enfrentado a
la crudeza de la realidad. Es una elegía de la belleza que se pierde cuando se
expulsa al otro, y una confesión de su propia cobardía, y la
responsabilidad de los hombres de la cultura.
Finalmente, el
poema se abre a la esperanza-contra-toda-esperanza, la única que puede dar una
respuesta positiva a la oscuridad de los tiempos. Porque, como afirma uno de
sus comentaristas: «Es el anclaje firme del poeta en la religión cristiana,
más precisamente en la denominación católica (...) desde donde Weller rechazó
desde el principio el nacionalsocialismo y se opuso a él». (2)
Con esta
elegía ganó el Premio Hoeufftianum en 1938 (lo había presentado a fines del año anterior). La prensa nazi disimuló sus méritos
apelando al carácter “gracioso” del mismo, y confiando, quizá, en que la cultura
latina estaba ya muriendo. No pudo publicarlo en Alemania hasta 1946.
El original latino puede leerse en: https://www.hs-augsburg.de/~harsch/Chronologia/Lspost20/Weller/wel_cyps.html
A continuación presento mi pobre traducción que algún latinista podrá mejorar.
Elegia “Y”
(1937)
Cantemos cosas un poco más ligeras (3)
Cuando el
vinífero Otoño visita los bosques y los huertos,
y llega con su alegre
veste a los apacibles campos, (4)
entonces sopla en
las delgadas cañas, recorriendo sus reinos,
y difunde nuevos
sones con la maravillosa zampoña.
Y mientras suaves
melodías resuenan de mágicas flautas,
todas las cosas
muestran un renovado rostro.
Amarillea el
arce, enrojecen las zarzas, brilla dorada el haya,
y en nada permanece
el color de antes.
La tierra
es más luminosa, y como ingrávidas surgen,
entre
tenues nubes, las altas cimas de las montañas.
Al Otoño le
gustan las cosas más ligeras. En los mortales mismos
atenúa el
ingrato peso que oprime los corazones.
Hace que se
hinchen al sol los racimos maduros
y que ya la
uva tinta sonría a su dueño.
Por doquier
entonces bulle la vendimia con alegre canto,
y emana de
las prensas el dulce olor por el lugar.
Entonces gustan
el mosto nuevo y, relajados por Baco,
creen que todo está
lleno de alegres espíritus.
Yo también, unido
al pueblo que celebraba la fiesta,
fui retenido,
como por blanda cadena, al dulce vino.
Al canto nos
entregamos con bien regadas gargantas,
y todas nuestras
preocupaciones huyeron con la danza.
Inspirado por el
generoso espíritu del vino,
tarde a la noche
emprendí el regreso a mi casa.
La luna en lo
alto brillaba sobre los techos de las casas.
Nunca había sido
tan grande el esplendor de su luz.
Su globo estaba
lleno y podía verse su rostro
donde la serena
boca se dilataba en una leve sonrisa.
¿Por qué sonríes,
diosa? ¿Acaso porque a ti también te venció Iaco [i.e.: Baco]?
¿O porque, oh, se
tambalea aquella casa próxima?
“Detente, casa”
dije “te lo ruego, un momento.
Respeta a mi
amiga, que yace presa de un dulce sopor”.
“Pues odia Lydia
ver interrumpidos sus blandos sueños. (5)
Lo sé: creed al
experto. ¡Detente, casa!”.
Pero recitando
bajito, para mí, “Lydia, ¿duermes?” (6)
me adelanté y
pasé de largo por su casa.
Pero ya veo
a mis penates [i.e.: mi propia casa] alejarse corriendo.
¡Ay, alcanzarlos
era un trabajo digno de Hércules!
Más fácil
fuera entrar en un bote en movimiento
que dar
alcance a los fugitivos.
Pero al que
domina el dulce Amor y la ebria prole de Júpiter [i.e. Baco]
es bendecido
y protegido, aunque el camino sea difícil.
Y todas las
puertas se me abrieron
y todas las
escaleras subí con gracia.
Llegé cansado
–a pesar de los frecuentes tropiezos–
a la blanda
cama de mi habitación, de la que suelo ser probado auriga.
Tal como era
mi intención al haber terminado bien el peligroso trabajo.
Y me alegró como allí
la fulgente Luna
todo lo cambiaba maravillosamente
con su arte.
Todo el
dormitorio se veía irradiar
y la profunda
noche se volvía clara como el día.
Las paredes del
aposento y el bello cobertor del lecho
refulgían más
cándidos que la leche.
Y de un libro que
al acaso yacía revuelto en la mesa,
el papel podría
vencer a la nieve.
Sin demora
intenté recorrer las páginas escritas
y leí lo que
podía en aquella letra pequeña.
Encontré el verso
y recité: “Lydia, ¿duermes?”
¡Lydia, palabra
feliz, qué dulce suenas para mí!
Una gema brillante
aumenta la belleza del oro admirable,
y tú por la “y” alcanzas
mayor nobleza.
Ya no podía
separarme del tierno libro,
a pesar del
cansancio de todo mi cuerpo.
Quitada la
ropa me acosté en la chirriante cama,
y como era
mi costumbre me puse a leer recostado.
Muchas
veces, cansados se me cerraban los ojos mientras leía.
Muchas
veces, cabeceaba vencido por el sopor.
Muchas veces se
me caía el librito de las manos al lecho,
y además veía
borroso lo escrito. Sin embargo, me obstinaba:
aún no se agotaba
el vigor y entusiasmo del cuerpo y de la mente.
De modo que
resistía: los caracteres se escapaban
una y otra vez,
pero intentaba seguir su flujo con el dedo.
Por su parte Febe
[i.e.: la Luna] duplicaba la luz para el luchador,
y había una
apacible tranquilidad, apta para tales lecturas.
Pero ¿qué es esto?
¡Ey! una letra abandona su lugar,
y deserta de su usual
posición. ¡Cosa admirable de decir!
Rápida como una
pulga da un salto, semejante una pequeña tijerita, (7)
y desprendiéndose
del margen, cae.
Muchas otras, veloces
como un escuadrón de hormigas,
se precipitan
tumultuosas por todo el cobertor del lecho.
Palidecí, y los pocos
cabellos que me glorío de conservar
se me pusieron de
punta de tanto miedo.
Pues a mi mente
acudían famosos prodigios.
Como el que una
vez viera el rey de Enopia,
cuando Júpiter, Dios
soberano, creó a los Mirmidones
a partir del
cuerpo de las hormigas. (8)
Y no temía en
vano: si bien no veía allí cuerpos verdaderos,
sí alcanzaba a
ver unos miembros: movían hostiles los ojos
y las bocas con
furia, y aún sus pequeños brazos y manos.
Ya la
página había despedido a toda su turba,
y ¡ay, ay! me
atacaban las manos.
Furioso
salté del lecho, y sacudí a los muy insolentes:
con
estrepito cayó el negro ejército. (9)
Pero mi mano -aunque
se libró de la emboscada- me dolió,
y aún siento la
picazón, como si me hubiese quemado.
Ya el lecho, ya
el suelo, ya la mesa
y todo el lugar
es invadido por la indómita peste.
Por todas partes
resonaba el fragor de la confusa turba
y se mezclaban
los sonidos resonantes como silbidos mezclados.
“¿Me engaño o ya
vienen las guerras civiles
y es tiempo de
que me aparte de en medio?”
Y me aparté cuanto
pude. Ya las comas son usadas como garrotes
y los puntos
vuelan arrojados. El escuadrón acosa al escuadrón;
los grandes
aristócratas se esfuerzan y ya temen ser vencidos por la plebe.
Y cae la
gran “O”. Yace, ay, como el aro [i.e.: el juego infantil]
girando en
la inmundicia, por mucho que grite la multitud -¡Mirad!-
No pudo
tolerar esto “A”, príncipe del pueblo y jefe sagaz, (10)
de quien
fuera su más digno y espléndido amigo.
A menudo pudo
frenar la rabia del populacho,
a menudo su resonante
voz logró cambiar el ánimo de la grey.
Apenas oía la
ciega plebe las palabras sonoras
del severo jefe, callaba
estupefacta.
Y ella: “¿Quién,
ah, -dijo- incita el furor de los ciudadanos?
¡Aplacad la ira!
¡Y no destrocéis a vuestros propios camaradas!
Compatriotas: es con
la sangre de los extranjeros
con la que, hace
ya tiempo, hay que saciar los corazones”.
Aún no había
terminado: lo ovacionaron con bramido estridente,
buscaron la “Y
psilon” y la trajeron para darle muerte. (11)
Condujeron al reo
a gritos ante el tribunal,
los brazos
cruzados atados al delgado pie.
Entonces “A” comenzó
así: “Prestadme atención, ciudadanos: (12)
Nuestro Gramático
(-¡temblé!-), creedme, ama.
Ama a una cuyo
nombre no es digno de nuestro Lacio
-¡qué vergüenza!-
y por ello prefiere los sonidos extranjeros de ésta.
¡Hasta tal punto
este mal puede corromper las costumbres!
Esta clase de
mujeres pierde a los hombres.
Y ha hecho que
éste borracho, leyendo poesías a media noche,
exhale los vapores
de Iaco [i.e.: Baco] sobre nosotros.
Sin embargo, esto
es cosa leve (- sucesos más graves hemos soportado,
Compatriotas -). Algo
más funesto es lo se debe temer.
Aquí se planea
viciar poco a poco el hablar latino:
¡se ataca la
república y nuestra vida, camaradas!
Y porque aún no
ha llegado esta peste
a nuestras cosas
más queridas y sagradas,
no desdeñéis un
mal semejante, dándoos por seguros.
A menudo pequeñas
semillas de enfermedad
crecieron
velozmente hasta dar muerte horrenda a todo el cuerpo.
A menudo una
chispa escondida hizo surgir feroces fuegos,
y reducir una
casa a cenizas. No me demoraré en más ejemplos,
recordaré uno de
muchos: tú también sufres el que te hayan enturbiado, Tíber.
Tú que te alegras
de ser celebrado en el Lacio con el nombre de Tíber.
Sueles ser
escrito con la voz impura “Thybris”.
Si esta calamidad
toca palabras tan sagradas,
¿cuáles palabras
plebeyas sobrevivirán a la fatalidad?
No se detienen
allí sus insidias: a todas nos desdeña,
pues desprecia la
patria y su noble estirpe.
Es un pequeño
griego de pies a cabeza: fylós,
calvo y bajito, de
voz quejumbrosa y poco viril.
Y ya no
digo más: la culpa es grave y manifiesta.
A vosotros os
corresponde dictar sentencia.
A vosotros
cedemos nuestro derecho, Compatriotas:
aquí
seguiré el sentir y el juicio del pueblo”.
Terminó de
hablar. Grandes aplausos estallaron por todas partes.
Sin demora,
el senado se reune a deliberar.
Uno
aconseja la espada, otro apedrarla, este el hacha,
aquel la
horca, el más moderado: el infame destierro.
El pueblo se
divide, se entrega a amargas disputas,
comienza la
matanza. A todos arrebata la ira y el furor.
Se tiñe el
suelo con la pegajosa negrura de la sangre:
las crueles
heridas se mezclan de las confusas muchedumbres. (13)
Mientras tanto, huye
entre ellos el reo, rompe sus ataduras
y se lanza
buscando la abierta ventana del dormitorio.
A fuerza de bregar
se libra de las manos enemigas
justo en el
límite, y pone el pie en el borde.
Moviendo un
pequeño bracito ensaya un adiós
y, sonriéndome,
he aquí que vuela hacia afuera. Quedé atónito.
Me dije entonces
que había sido yo demasiado cobarde e indolente,
y me avergoncé de
haber dejado solo al reo.
Me sentía enfermo
de inquietud.
La prolongada
demora me mataba,
y me atormentaba
el recuerdo del amor ausente.
He aquí que me
lanzo por la ventana
y, dejándome
caer, llego al jardín -socorrido no sé por cual dios -.
Y veo algo
asombroso: extendiendo los pequeños brazos,
en el vértice de
un pino, estaba mi “Y psilon”.
Más que de
costumbre, Febe había embebido
-si es dado
creerlo- con una dulce luz el agua del rocío.
¿Qué hacer? Me cansé,
sudando, de escalar el tronco.
Por lo que con suave
sonido dije estas palabras:
“¡Y, te lo ruego,
vuelve! Un amigo fiel te lo pide,
con la hermosa
Lydia y la multitud de los gramáticos.
Te lo pide el
mismo pueblo, que ha cambiado su parecer:
También este
tiempo, aunque negro, pasará.
Te rogamos, pues,
que vuelvas. Resplandecen las cosas ordinarias
si se les añade
un ornato raro. Pues la “rara avis” es estimada. (14)
A los lirios del
Ganges ennoblece el loto en el estanque.
Una sola gema
ennoblece a muchas cuentas de vidrio.
Tú también: no sé
qué fiesta añades
a las palabras populares
de Italia y a los itálicos acentos.
Huésped, ven: sé
bienvenida. Ya no serás maltratada, huésped,
si el derecho de
los forasteros tiene algún valor para los hombres cultivados.
Tú entiendes las
cosas extrajeras, llevas contigo a los mysterios,
y provienes de la
misma fuente que los antiguos mythos.
Cuando resuenas surge
la imagen de la tierra griega
y de todo lo
eterno que ella sola dio a las naciones.
Eres semejante a los
antiguos reyes, de los que habla la leyenda,
que arrastraban la
syrma [i.e.: la cola] de sus largos vestidos
sobre los
coloridos mármoles del suelo.
Noble tú misma,
eres alabada por tus compañeras.
Y por muchos
nombres recibes el máximo honor.
Así, nada es más
dulce a nuestros oídos que Lydia,
y por tu influencia
se hace grato el nombre de la lyra.
En grandes
palabras habitas. Por los siglos vive la voz del hymno.
Corres, mytho,
de boca en boca. La syllaba dio las santas leyes al poeta,
que no permite
que sus palabras carezcan de rythmo.
Pero de
mayores cosas debo hablar: La que enseña
las armonías
del vasto mundo,
las primeras
semillas de las cosas y su destino,
el aspecto
de la Naturaleza y las leyes que todo lo gobiernan,
esa sagrada
ciencia ¡tiene el nombre de physika!
El mismo padre de
los dioses, gran señor del Olympo,
quiso que fueses
parte de su Nombre. (15)
Por lo tanto,
abandona la fuga. Todos juntos te pedimos,
huésped, ¡vuelve
a tus amigos y a tus palabras!”
Así digo. Pero “Y
psilon”, riendo, agita los brazos
como para volar
hacia las altas estrellas del brillante cielo.
Y en la luz del
alba vi el tumultuoso escuadrón ya en marcha,
cruzando el muro
y los senderos del jardín.
Ante aquellos
monstruos, aterrado, perdí la esperanza,
pensando que ya
ninguna fuerza humana podría valernos.
Y dije: “Ayúdanos,
Júpiter, mueve una ceja, (16)
oh Santo, ¡si aún
puedes!”
Y Dios, que,
invicto, todo lo gobierna
y que tiene
en su mano diestra los furiosos rayos,
asintiendo,
hizo tronar. (17)
Y tanto
resonó el fragor al mismo tiempo y por todas partes,
que
temblaron la tierra y los lejanos reinos del cielo.
A mí también me
había estremecido un súbito y terrible horror,
y se me
paralizaba el corazón vencido por el nuevo miedo.
Pero entonces sentí
que, alcanzadas como por un horrendo golpe,
se resentían
injustamente mis nalgas.
Con lo que volvió
la lucidez a mi mente,
al tiempo que lo
veía todo, y huía toda sombra de mi alma. (18)
¿Qué más podía
hacer? Reí, y se estremeció la habitación,
y alegré toda la
casa con mi risa. Abandonaba el lecho:
despierto y
atónito pisaba las tablas de roble del suelo
y apretaba el
libro de Flaco [i.e. Horacio].
Callé. Ya llenaba
el Titán [i.e.: el Sol] con nueva luz el aposento;
hacía rato que
había llegado el generoso día.
Ya volaban por
los azules reinos bandadas de pájaros,
y se expandía por
el aire el fresco olor de los huertos.
NOTAS:
1 En el décimo aniversario de la ordenación episcopal de su
obispo (diócesis de Rottenburg), Johannes Baptista Sproll, el 14 de junio de
1937 Weller le escribió una salutación en latín en la que decía: «La década que
llevas en tu cargo es corta si la juzgas por el tiempo, pero muy larga si la
juzgas por lo que ha sucedido en ella: has visto días amigables, pero también
tormentas invernales, tu corazón ha sufrido mucho y tendrá que soportar mucho
más. Pero el heroísmo destella en tus ojos, el valor y la piedad: así es como
reconocemos a un gran líder. ¡Viva el más valiente defensor de la santa fe! Y
si tienes que luchar ¡Dios mismo sea tu apoyo!». Como si fuese una predicción,
al año siguiente el obispo, que se negó a participar en el referéndum de abril
de 1938, comenzó a ser hostigado por los nazis, amenazado hasta siete veces y
atacado en su capilla privada. El palacio episcopal fue devastado, escapó con dificultades
y sólo pudo regresar a su diócesis en 1945. Aun así siguió interviniendo,
mediante su vicario general, Max Kottmann, y el azobispo de Friburgo, Conrad
Gröber. Por ejemplo, en 1940, oponiéndose al plan eutanásico en Grafeneck (un
año después protestaría el obispo de Münster, Clemens August Graf von Galen).
Falleció en 1949. Desde 2011 ha sido declarado “Venerable” y está en proceso su
beatificación.
2 Uwe Dubielzig: Die neue Königin der Elegien -Hermann
Wellers Gedicht ’Y’-, traducción personal, publicado en: http://www.phil-hum-ren.uni-muenchen.de/GermLat/Acta/Dubielzig.htm#_ftn80
3 Retoma paródicamente el “paulo maiora canamus” de Virgilio
en Égloga IV,1.
4 La personificación del Otoño, sigue el modelo de la
invocación de Virgilio a Baco en Georg. II,4ss.
5 La amada del poeta tiene el mismo nombre que la de Horacio
(cf. Oda I, 8).
6 Horacio: Carm. I, 25.
7 Se puede comparar la forma de la Y a la de las pequeñas
tijeras de la antigüedad romana, o al insecto del mismo nombre y semejante
forma.
8 Cuenta la leyenda que Éaco, rey de la isla de Egina
(llamada también Oenopia) perdió muchos súbditos debido a una plaga. Apelando a
Zeus, Éaco consiguió que las hormigas se transformaran en multitud de hombres.
Este es el origen del nombre del pueblo de los “Myrmidones” que significa
“hormigas”. El poeta usa “Oenopius” como adjetivo gentilicio, no como nombre
propio (por lo que podría confundirse con el personaje del mismo nombre). Pero
hay aquí un guiño filológico, pues Oenopio provienen del griego, y significa
“rico en vino”, “cara de vino” o simplemente “bebedor de vino”.
9 Puede ser una referencia a la S.S. (Schutzstaffel), brazo
armado del Partido Nazi, cuyo semanario llevaba el nombre de “Das Schwarze
Korps” (el cuerpo negro).
10 Notemos que “ductor” puede traducirse por “Führer”,
sugerentemente identificado con la “A”.
11 Notemos que la “y psilon” además de ser una letra griega
y advenediza en el abecedario latino, es la inicial de “yiddish” (judío, en
alemán). También se ha propuesto que es la letra “pythagórica”, porque para los
seguidores de esa doctrina simbolizaba la bifurcación de caminos, y por lo
tanto la elección, la libertad y la responsabilidad consecuente (cf. Uwe
Dubielzig: Die neue Königin der Elegien).
12 Esta sección puede compararse a “El juicio de las
vocales” de Luciano de Samosata.
13 La escena evoca el pasaje de Luciano de Samosata:
Historia Verdadera I,17 (20).
14 El verso de Juvenal: "Rara avis in terris, nigroque
simillima cygno" (Sátiras, 6, 165) es el origen de la expresión “rara avis”
para denominar algo excepcional y poco frecuente.
15 Se refiere a Zéus (Zeys), pero también a Yawe. Notar que ha dado diez palabras con “y psilon”, el Nombre innombrable sería la undécima palabra
con dicha letra, que en su defensa ha mencionado (se puede pensar en la
simbólica hebrea y pitagórica del 1 y del 10).
16 En la épica homérica Zeus impone su voluntad divina
moviendo apenas una ceja.
17 Traduzco así “nutus, us”: señal, gesto dado con la
cabeza.
18 Referencia a la Eneida XII, 952 “fugit... sub
umbras”.