«Abrió la puerta de la barrera, salto a la bicicleta y se
lanzó colina abajo, acariciado por el sol primaveral. Pronto comprobó que
desaparecía el camino que había venido siguiendo y que la bicicleta rodaba
sobre un césped maravilloso. Era verde y tupido; podía apreciar, sin embargo,
cada brizna de hierba. Le parecía recordar que en algún lugar había visto o
soñado este prado. Las ondulaciones del terreno le resultaban en cierta forma
familiares. Sí, el terreno se nivelaba, coincidiendo con sus recuerdos, y
después, claro está, comenzaba a ascender de nuevo. Una gran sombra verde se
interpuso entre él y el sol. Niggle levanto la vista y se cayó de la bicicleta.
Ante él se encontraba el Árbol, su Árbol, ya terminado, si tal cosa puede
afirmarse de un árbol que está vivo, cuyas hojas nacen y cuyas ramas crecen y
se mecen en aquel aire que Niggle tantas veces había imaginado y que tantas
veces había intentado en vano captar. Miro el Árbol, lentamente levanto y
extendió los brazos. “Es un don”, dijo. Se refería a su arte, y también a la
obra pictórica; pero estaba usando la palabra en su sentido más literal.»
Tolkien: Hoja, de Niggle